domingo, 26 de abril de 2020

Club Lectura Fortuna y Jacinta,Tomo II - Benito Pérez Galdós - En abierto, 29 de abril, 18.30h. - Coordinadora, Maribel Orgaz


El próximo miércoles, 29 de abril a las 18.30h. tendrá lugar la segunda sesión del Club de Lectura sobre el segundo tomo de Fortunata y Jacinta, una de las grandes novelas de Benito Pérez Galdós (1843-1920).

La sesión de libre acceso forma parte del Club de Lectura de la Biblioteca Municipal de Soto del Real en donde coordino, el último miércoles de mes, uno de los grupos. En estas circunstancias de encierro, el Ayuntamiento ha ofrecido libre acceso a sus actividades culturales. Se puede simplemente escuchar si se carece de cámara o no se quiere intervenir en la sesión: 

https://sotodelreal.eternity.online/videoconferencia.php?sala=ActividadesBiblioteca

Finalizadas las dos primeras series de los Episodios Nacionales, Galdós quiso dedicarse sólo a las novelas y comenzó a escribir en 1881 las llamadas novelas contemporáneas. La calidad de esta producción, ceñida a ocho años que incluye 11 títulos es suficiente para que ocupe un lugar en la literatura española.

Cuando escribió Fortunata y Jacinta (1887), una novela de novelas como la califican algunos especialistas, Benito Pérez Galdós tenía 44 años; la edad en la que se considera que un novelista tiene una trayectoria de vida suficiente para comenzar a abordar sus empeños mayores. Físicamente aún no estaba debilitado, había adquirido la técnica suficiente a través de escrituras anteriores y sabía qué tipo de escritor quería ser.


"Galdós refleja con fidelidad y pasión la realidad histórica de un momento específico y ha tenido el talento de hacer vivir esa realidad (...). Crea centenares de personajes que vibran con vitalidad y son creíbles (...) pero por encima de esto ha sabido transcender la temática de sus novelas y ha sabido llegar a lectores de otros países y otros momentos". John Kronik, galdosista.




miércoles, 22 de abril de 2020

Abres un libro, lees y sueñas - Día del Libro, 2020

El del 2020 va a ser un Día del Libro atípico y habrá que esperar a que todo vuelva a la normalidad para visitar nuestra librería favorita o pasear por las casetas del Retiro durante la Feria del Libro. Estos días extraños, los libros han sido amigos fieles y grandes compañeros. "Gracias a ellos podemos escapar con la mente de las cuatro paredes que encierran nuestra actual realidad". Y por eso, hemos querido hablar con quienes los crean: escritores, poetas, editores… para saber sobre su confinamiento, sus recomendaciones literarias.

Desde «Leer en Madrid» hemos celebrado el Día del Libro hablando de ellos.


¿Cómo definiría la importancia de los libros en estos momentos insólitos en los que parece que solo existe el coronavirus?

Luis Alberto de Cuenca
—Son nuestro consuelo, nuestro bálsamo, nuestro mejor amigo en esta ola de terror que estamos padeciendo.

Carlos Augusto Casas
—Los libros son importantes siempre. Ha tenido que llegar esta plaga bíblica para que volvamos a recordarlo. Para darnos cuenta de que si queremos salir, viajar, ser otros, basta con abrir un libro. Es imposible permanecer encerrado si avanzas por las páginas impresas. Cuando todo esto pase, y la rutina nos arrebate de nuevo el tiempo libre, espero que no olvidemos lo que los libros han hecho por nosotros. He cambiado el nombre a mi tiempo libre, ahora es mi tiempo libro.

Julián Ibáñez
—Los libros sirven para cantidad de cosas. Lo abres, finges que lees y sueñas.

Alicia Arés
—Hace unas semanas mi hija Brianda, de 5 años, me preguntó de sopetón «¿Mamá, qué es la poesía?». Me quedé sorprendida ya que llevo 15 años siendo editora de poetas, pero nadie me había consultado esto nunca, y menos con esa naturalidad exenta de ningún escrúpulo intelectual.
La respuesta me salió directamente, igualmente sin ninguna pretensión intelectual: «Poesía es cuando me dices que me quieres».
Evidentemente surgió mi cimiento más becqueriano, pero este mínimo diálogo me hizo plantearme durante días la naturaleza de muchas cosas que damos por sentadas.
Igualmente de directa es la respuesta sobre la importancia de los libros: «La literatura me salva».

Paloma Serra Robles
—Se está demostrando una vez más que en los momentos de soledad la compañía de los libros nos hace sentirnos menos solos. Se multiplican las recomendaciones de libros, de accesos a bibliotecas online. Al final, igual hasta aprendemos algo.

Ángela Martín del Burgo
—Siempre la literatura ha sido una felicidad. Leer significa soñar, viajar por otros mundos, aunque se hallen también en este, pero en épocas de confinamiento como la que estamos viviendo por la pandemia del Coronavirus leer es más que nunca una ventana abierta, o mejor, una puerta, una puerta abierta al infinito. Podemos atravesarla y seguir soñando. Hay que dar las gracias a todos los que se han dedicado a las buenas letras, porque siguen siendo una amistad de inestimable valor, incalculable, y nunca sustituible. Como decía Quevedo «escucho con mis ojos a los muertos». Y es que la literatura es un espacio en el que cabemos todos, los vivos y los muertos. Y gracias también a los lectores que lo hacen posible completando el acto de comunicación, sin ellos nada sería posible.

Carlos Tejero
—El libro como producto intelectual es imprescindible en cualquier momento y en este precisamente es aún más necesario si cabe, porque permite acercarse de una manera tangencial o profunda a lo cotidiano o bien alejarse de esa realidad y adentrarse en otros mundos, incluso imposibles.

Clara Andreu
—Los libros nos permiten abrir las ventanas y saltar desde el balcón, volver a pisar la calle, coger barcos y trenes y volar. Más allá de los distintos escenarios alegóricos a los que nos permiten viajar, nos acercan, palabra tras palabra, al mundo interior de nuestras ideas que hoy es tan importante visitar. Conocernos, conocer y aprender a relativizar.

Antonio Perán Elvira
—Los libros nos harán comprender dos cosas: primero, que la realidad puede superar cualquier ficción, y, segundo, que hubo un tiempo en el que podíamos salir a la calle sin restricciones, y que esa debe ser la próxima ficción a convertir en realidad.

Juanjo Braulio
—Toda nuestra civilización se basa en la escritura y la lectura porque en ellas hemos construido relatos, mitos, religiones, leyes y ciencia y gracias a todo lo que hemos codificado con palabras escritas y leídas lo hemos superado todo. En esta época donde la oferta de ocio es la mayor de toda la Historia, los libros —que no necesitan cargador, ni conexión wi-fi, ni actualizaciones de software— vuelven para recordarnos por qué son uno de los grandes éxitos de la Humanidad desde hace dos mil años.

Claudio Cerdán
—Los libros son nuestra tabla de salvación. En prisión la biblioteca es fundamental para la evasión de los internos y en estos días de reclusión forzada también lo son para nosotros. Eso es algo que no va a cambiar.

Ignacio María Muñoz
—Si los libros son importantes en cualquier momento de nuestra vida, si son compañeros inseparables para aprender, para expandirnos, para viajar hacia fuera y evadirnos, o para viajar hacia dentro y conocernos, cuánto más en estos días... Si, además, disponemos de más tiempo para la lectura, podemos aprovechar para abrirnos a temas, géneros y estilos que no frecuentamos.

Montserrat Cano
—En estos momentos en que nuestro espacio vital se ha reducido tanto, es más necesario que nunca ampliar el horizonte de la reflexión y acercarnos a la experiencia particular, cosas que parece que se nos están negando. La lectura debiera servirnos hoy  para entretenernos pero también para recordarnos que nuestra renuncia a lo que somos como individuos solo puede ser temporal y excepcional, que esta uniformidad en comportamientos y sentimientos a la que nos hemos sometido por necesidad no puede convertirnos en seres gregarios sino en personas conscientes del valor de las relaciones personales.

Pedro Amorós Juan
—Los libros, sobre todo los buenos libros, son un sostén emocional e intelectual que nos aferra a la vida y nos permite establecer un diálogo fructífero con experiencias del pasado. La lectura de libros contribuye a no sentirse abrumado ante las circunstancias adversas porque es fuente de equilibrio y serenidad, lo que permite luego afrontar la realidad exterior con otra perspectiva.

José Félix Valdivieso
—Un libro siempre me ha parecido una pieza de puzzle, que hay que elegir, crear, si nos falta, y colocar, en el gran puzzle del mundo. Hay momentos, en los que parece más urgente colocar las piezas, pero la verdad es que siempre es necesario estar colocando piezas, siempre es necesario un libro para intentar completar, ese gran puzzle del mundo.

Juanma Ruiz
—En una situación tan insólita como esta se está demostrando la importancia de la cultura y del entretenimiento, que son dos cosas distintas pero que en muchas ocasiones van de la mano en una misma obra. La gente está recurriendo en masa a los libros, a la música y al audiovisual, y por suerte vivimos un momento en que hay una enorme oferta de todo ello al alcance de la mano. Pero lo importante es pensar, también, que la literatura, y la cultura en general, van a verse durísimamente golpeadas por la pandemia; que hace falta empezar ya la reconstrucción del tejido cultural que se está perdiendo.

Álvaro Fierro Clavero
—Mis dos hijos se han aficionado a la lectura a raíz del confinamiento, lo cual no puedo decir que compense lo que estamos viviendo, pero creo que les va a ser de ayuda en lo sucesivo y eso me alegra. Una vida sin libros es siempre menos de lo que podría ser.

Julián Garvín
—Los libros, en esta y el resto de situaciones, son una auténtica ventana al exterior. Nos transportan a otros lugares, nos hacen sentir otras vidas... son verdaderas válvulas de escape. Es fundamental, en momentos como este, rodearse de buena lectura. Aquellas historias que nos permitan pensar en algo más constructivo que este maldito coronavirus.

Ester Bueno Palacios
— Los libros son los salvadores de las soledades, veleros que nos llevan a lugares lejanos o a otros cerca de casa y ahora inaccesibles, nos dejan entrar en espacios de otros, en los cuerpos de otros y sentir lo que otros sintieron en inimaginables situaciones o momentos de vida, de destinos distintos. Por eso,  aventurarse entre páginas de libros, relatos o poemas, sencillas historias o grandes aventuras, nos libera no solo del yugo de las malas noticias sino del desamparo.

Jesús Urceloy
—El libro es un antiviral estupendo contra la idiocia, que es la enfermedad más terrible de cualquier sociedad anterior, presente o futura.

Recomiéndenos un libro para este confinamiento.

Luis Alberto de Cuenca
—«Historia de la Piratería», de Philip Gosse. Sevilla, Renacimiento, tercera edición, 2020.

Carlos Augusto Casas
—Un clásico poco conocido de la novela negra norteamericana: «El nombre del juego es muerte», de Dan Marlow. Una de las novelas más negras que he leído nunca. Una deslumbrante reflexión sobre el mal. Una de esas obras para las que no hay vacuna.

Julián Ibáñez
—Cualquiera donde salgan Sandokan y Morgan rumbo a los Mares del Sur.

Alicia Arés
—«La gloria de don Ramiro», de Enrique Larreta. Y sin duda, la edición ilustrada por Sirio.

Paloma Serra Robles
—«Un viejo que leía novelas de amor» para recordar al recientemente fallecido Luis Sepúlveda, que es maravilloso.

Ángela Martín del Burgo
—El libro que voy a recomendar es la novela «El desprecio», de Alberto Moravia (Il disprezzo), que es la novela que estoy terminando de leer en estos momentos. Publicada en 1954; de ella se hizo una versión cinematográfica por el director francés Jean-Luc Godard en 1963, Le Mépris, protagonizada por Brigitte Bardot en el papel de Emilia y Michel Piccoli en el de Ricardo. Las secuencias rodadas en Capri están filmadas en la fantástica casa de Curzio Malaparte al borde de un acantilado y sus alrededores.

Carlos Tejero
—«Verde agua», de Marisa Madieri, publicado en España en el año 2000 por Editorial Minúscula.
Es un breve diario de los tres años que transcurrieron desde noviembre de 1981 a ese mismo mes de 1984 en que Marisa Madieri nos relata el exilio que vivió con su familia desde Fiume —actual Rijeka en Croacia—, a Trieste y algunos momentos y reflexiones de los años en que escribe el diario.

Clara Andreu
—«Walden», de Thoreau. Para oler el bosque y aprender a sobrevivir, dándole a nuestro entorno natural la importancia que merece. Nos ayuda a desencadenarnos de la frialdad de la sociedad industrial y trascender en nuestra espiritualidad más profunda.

Antonio Perán Elvira
— Recomiendo para este confinamiento el libro de David Safier titulado « Jesús me quiere», que algunos pueden tachar de irreverente, pero que a mí me parece, aparte del humor con que está escrito (propio de David Safier), un libro entrañable.

Juanjo Braulio
—«El nombre de la rosa», de Umberto Eco.

Claudio Cerdán
—«La transmigración de los cuerpos», de Yuri Herrera. Una novela escrita hace años pero que parece transcurrir hoy. La pandemia ya existía en el género negro antes de toda esta locura.

Ignacio María Muñoz
—Me voy a permitir recomendar tres, según tres propósitos distintos. Para aprender, la biografía de Erasmo de Rotterdam, «Triunfo y tragedia de un humanista», de Stefan Zweig (Paidós, 2005). Para la evasión, «El hombre que pudo reinar, y otros cuentos», de Rudyard Kipling (Vallenar, 2003). Y para la introspección, «Hijos de la ira», de Dámaso Alonso (Castalia, 1986).

Montserrat Cano
—Si me lo permiten, recomendaré dos.
El primero es «Todo queda en casa», una espléndida recopilación de relatos de la gran Alice Munro editada por Lumen. Todos sus textos son un maravilloso ejemplo de cómo la literatura puede convertir lo local en universal y lo particular en general.
El segundo es un clásico necesario en este momento concreto: «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury. Nos habla de lo que no debe ser una sociedad y, ahora más que nunca.

Pedro Amorós Juan
—«Las pequeñas virtudes», de Natalia Ginzburg.

José Félix Valdivieso
—«He leído que no mueren las almas»,  de Anna Ajmátova, que supo como nadie de silencios, confinamientos, y destierros.

Juanma Ruiz
—Personalmente, estos días estoy recurriendo a la literatura pulp y de ciencia ficción de hace casi un siglo. Y de ahí recomendaría, por ejemplo, los relatos de Edgar Rice Burroughs o de Robert E. Howard. Especialmente Howard, porque (sobre todo si se encuentra una buena traducción o se recurre al original) tiene una capacidad formidable de evocar una sensación de libertad en sus aventuras y sus paisajes que ayuda a contrarrestar la claustrofobia de las cuatro paredes. Para mí sus reinos fantásticos de Aquilonia, Estigia o Zamora con sus reyes, sus piratas y sus ladrones son oxígeno puro.

Álvaro Fierro Clavero
—Voy a recomendar el que estoy leyendo en este momento: «Herzog», de Saul Bellow, un novelista extraordinario.

Julián Garvín
—Quiero recomendar (sin miedo alguno a equivocarme) «Ya no quedan junglas adonde regresar», de Carlos Augusto Casas. No sé qué más decir que no se haya dicho ya de esta espectacular novela. Es ágil, directa y cuenta una historia que atrapa. Se habla mucho en estos tiempos de las personas mayores. Se habla ahora no para reflejar lo que verdaderamente representa este colectivo: la experiencia y sabiduría. La vida vivida y la que queda por vivir. En estos tiempos de coronavirus se nos presenta a la gente de cierta edad como una suerte de individuos débiles a los que hay que confinar. Como si no sirvieran para otra cosa que esperar la muerte o, con suerte, esquivarla temerosamente desde sus casas o residencias. El personaje principal de esta novela es un hombre mayor que tiene mucho que decir... y que hacer. No defrauda, palabra.

Ester Bueno Palacios
—Invitaría a  adentrarse en las páginas de «Suite Francesa», de Irene Nemirovsky. Maravilloso libro que habla de Francia durante los años de la ocupación alemana, un relato que fue escrito casi en directo y que habla de amor, de odio y de supervivencia.  El título hace referencia a la música de piano que guía la trama y la ensambla parte a parte haciendo de hilo argumental a lo largo de toda la novela. También os llevaría (como relectura) a mediados del siglo XX, al año 1957, a un premio Nadal y a la que es la primera novela de la gran Carmen Martín Gaite, «Entre Visillos» .  Escrita por una mujer y haciendo un retrato fidedigno e impagable de la vida de las mujeres españolas y de sus impuestos roles en la sociedad de  los años 50.

Jesús Urceloy
—Tres italianos fundamentales:
«El desierto de los tártaros», de Dino Buzzati.
«El gatopardo», de Lampedusa
«El caballero inexistente», de Italo Calvino.

¿Cómo va a celebrar el Día del Libro desde su casa?

Luis Alberto de Cuenca
—Como todos los días a lo largo del confinamiento: leyendo. Es el mejor homenaje que puede tributarse al libro.

Carlos Augusto Casas
— Abriendo dos cosas: la novela «América», de James Ellroy; y una botella de vino para compartir con mi mujer.

Julián Ibáñez
—Sueño que salgo de casa a las cinco de la mañana. Sueño que camino. Camino por caminos vacíos. Regreso, me meto en la cama y me duermo. (Es solo un sueño, señores guardias civiles)

Alicia Arés
—Intentando poner en orden mi biblioteca y disfrutando de la botella de vino que mi marido abrirá para conmemorar nuestra primera cita, allá por abril del 2010.
Ahora veo que eso que dicen las abuelas de que la vida pasa muy rápido es totalmente cierto.

Paloma Serra Robles
—Leyendo, enviando rosas virtuales a mi gente  y esperando que esto, como todo, pase.

Ángela Martín del Burgo
—Como todos los días, con libros. Pero es que mi vida desde hace muchos años está dedicada al libro, al libro de papel, no digital. Desde pequeña he visto cómo los libros iban ocupando estantes en el despacho de mi padre, y estos se prolongaban fuera del despacho en pasillos y otras habitaciones. Entonces, estaba prohibido tirar uno solo de sus papeles; siempre podía contener algo valioso. Durante este confinamiento, en el que no he vuelto a salir desde el 14 de marzo, por la mañana escribo y por la tarde leo. La lectura de los libros, uno tras otro, se va sucediendo. Y todos los que voy escogiendo de mi biblioteca y leo me gustan mucho. Tan solo en algunos instantes salgo al balcón y me recreo contemplando los colores del día —me enternece el rosa de la tarde— y el poco tránsito de la gente que pasa y los autobuses, casi siempre vacíos.

Carlos Tejero
—Será un día normal, habrá tiempo para todo: aseo, limpieza, respuesta a los amigos, visita desde la ventana a nuestros vecinos aplaudidores y, por supuesto, lectura, continua actividad que nos llena de gozo y aún más en este momento tan crítico.

Clara Andreu
—Empezando un nuevo título y brindando con el espejo. Pasar hojas con avidez es el mejor homenaje a nuestros autores.

Antonio Perán
—Muy parecido al resto de los días, ya que mis actividades apenas si se han visto afectadas por el confinamiento, aunque procuraré rendirle homenaje al escribir, como siempre, y leer, también como siempre.

Juanjo Braulio
—Leyendo y escribiendo.

Claudio Cerdán
—Leyendo. Y participando en una actividad online para el colegio de mi hijo.

Ignacio María Muñoz
—Como todos los Días del Libro desde hace muchos años, ojearé y buscaré hasta encontrar algunos que me gusten, y los compraré... Pero esta vez tendrá que ser en internet.

Montserrat Cano
—Leyendo. Me parece la mejor manera de hacer un verdadero homenaje al libro, a los escritores y a los lectores. Naturalmente, participaré en alguna actividad digital a la que me han invitado pero eso me ocupará solo una pequeña parte del día. No quiero olvidar que, si el movimiento se demuestra andando, el amor a los libros se demuestra leyendo.

Pedro Amorós Juan
—Leyendo, tomando café o bebiendo una copa de vino, sentado en el sofá, encerrado en casa y saludando a la vida, porque como decía el poeta «hay un solo placer, el de estar vivos».

José Félix Valdivieso
—Dejaré que un libro me lleve de viaje. Tengo ganas de cambiar de aires. Leeré alguna historia de la fascinante Ruta de la seda.

Juanma Ruiz
—El Día del Libro no lo voy a pasar en mi casa: lo pasaré en la Aquilonia de Howard, el Marte rojo de Burroughs o el Arrakis de Herbert. O resolviendo un asesinato con Sherlock Holmes, o con la inspectora Delicado de Alicia Giménez Bartlett, que ahora mismo me pone ojitos desde la estantería… Lo que tengo claro es que ese día voy a salir de viaje.
sus piratas y sus ladrones son oxígeno puro.

Álvaro Fierro Clavero
— Ese día tengo un taller de lectura que celebraremos por videoconferencia . Al terminar me incorporaré a una lectura de El Quijote.

Julián Garvín
— Seguramente con un buen libro de poemas en la mano y tiempo para visitar esas estanterías tan olvidadas. Ese es el mal de nuestro tiempo. Tenemos libros a montones... pero no tenemos lo fundamental: tiempo para leerlos. Esta cuarentena nos va a brindar esto último. ¡Yo lo pienso aprovechar!

Ester Bueno Palacios
—Lo celebraré haciendo un programa para mi espacio radiofónico De Almas y Palabras que emite la Radio de la Universidad de Salamanca, en esta ocasión leyendo poemas de la antología «Esta Luz», de Antonio Gamoneda. Seguramente también habrá unas horas en el día para la escritura.

Jesús Urceloy
—Como cualquier día normal. En silencio un poco. Contestando algún wasap- Hablando por teléfono con mi hija. Leyendo unas páginas de Poderes Terrenales, de Burguess. Cantando algún motete renacentista. Escribiendo unos versos. Escuchando a Steve Reich. Y tomando un poco de wisky de malta y un par de onzas de chocolate. E intentando no ver ni un solo minuto de televisión. Y pidiendo a mis dioses familiares que me echen una mano para que Marisol Huerta se lo piense un poco mejor y vuelva a ser el amor de mi vida.

¿Quiénes han participado?
Luis Alberto de Cuenca
(Madrid, 1950). Helenista, filólogo, poeta, traductor, ensayista, columnista, crítico y editor literario español.
Autor de, entre otros libros, «La vida en llamas», «Libros para pasártelo bien» o «Cuaderno de vacaciones».

Carlos Augusto Casas
(Madrid, 1971). Escritor y periodista. Autor de «Ya no quedan junglas adonde regresar», que revolucionó el género negro español, y que próximamente dará el salto a las pantallas.

Julián Ibáñez
(Santander, 1940). Considerado uno de los padres de la novela negra española. Autor de emblemático personaje Bellón.

Alicia Arés
(Ávila, 1970). Editora de Cuadernos del Laberinto, especializada en poesía y género negro.

Paloma Serra Robles
(Figueras,1976). Diplomática desde 2005. Actualmente vive en Sudáfrica. Poeta. Su último libro publicado es «Poemas sin tierra (Recuerdos de la India y Nepal)».

Ángela Martín del Burgo
(Morón de la Frontera, Sevilla).
Novelista y poeta, es también doctora en Filología y profesora de Lengua española y literatura. Autora de, entre otros libros, «Asesinato en la Gran Vía» o «Dónde la muerte en Ámsterdam».

Carlos Tejero
(Madrid, 1958). Poeta y autor teatral. Recientemente se ha editado su último poemario «El eco de las voces».

Clara Andreu
(Alicante, 1991). Autora del poemario «Escala de Mohs».
Combina su labor de correctora literaria con su trabajo en el Museo del Prado.

Antonio Perán Elvira
(Lorca, Murcia. 1954). Fue galardonado con el Premio Tiflos de Poesía, convocado por la ONCE; y con el Premio de Poesía de la Asociación El Arka de Colombia. Su último libro publicado es el poemario «Vía crucis».

Juanjo Braulio
(Valencia, 1981). Periodista y escritor. Entre sus obras destacan «La escalera de Jacob», «Sucios y malvados» o «El silencio del pantano», que ha sido llevada al cine.

Claudio Cerdán
(Yecla, Murcia. 1981). Escritor de novela negra. Autor de novelas como «El país de los ciegos», «Cien años de perdón» o «Los señores del humo».

Ignacio María Muñoz
(Bilbao,1959). Autor de las novelas «Mía», «Partido de vuelta» y «Mañana ya no es fiesta»; y del poemario «Crónica de ausencias y De la luz y del olvido».

Montserrat Cano
(Vilafranca del Penedés, Barcelona. 1955). Ha publicado, entre otros, los libros «Retrato de la felicidad», «Pequeñas piezas de la gran máquina», «La Gomera y el arrebato», «Arqueología» o «Los viajes inútiles».

Pedro Amorós Juan
(Murcia. 1966). Historiador, escritor y crítico literario. Especialista en Platón. Entre otros ha publicado los libros «Un aire de extrañeza», «La tradición en Platón» o «Beatriz Cenci, una historia romana».

Félix Valdivieso
(Bruselas). Políglota y Executive MBA de IE Business School. Es autor de los libros «La geografía del erizo», «Cosas y murciélagos» y «Dibugrafías».

Juanma Ruiz
Recientemente se ha editado su tercer poemario «Materiales de derribo».
También es redactor y crítico cinematográfico en la revista Caimán Cuadernos de Cine y profesor de narración audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos.

Álvaro Fierro Clavero
(Madrid, 1965). Comentarista sobre literatura, música y novela en radio. Recientemente se ha publicado su poemario «Los otros mundos. Poemas sin verbos».

Julián Garvín Serrano
(Talavera de la Reina, Toledo. 1984)
Ejerce la profesión de periodista como Coordinador de Cadena y Jefe de Informativos
en Kiss FM. Poeta. Su último libro publicado fue «Los versos vivos».

Ester Bueno Palacios
(Martínez, Ávila. 1966). Colabora como articulista en diferentes medios de comunicación y dirige la escuela de lenguas y saberes «Alma Mater». Poeta con dos libros en su mochila «La velada impaciencia» y «Nada es lo que decías».

Jesús Urceloy
(Madrid. 1964). Poeta, escritor y editor literario. Profesor de Escritura Creativa especializado en Poesía desde 1997. También es profesor y animador a la Lectura y a la Música Clásica.

lunes, 20 de abril de 2020

Galdós, encolerizado



"Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando". Miau, Benito Pérez Galdós. 

Maribel Orgaz - info@leerenmadrid.com
Entre finales de 1899 y marzo de 1900, Galdós viajó de nuevo a París en una mezcla de promoción de su obra y viaje de placer. La ciudad le gustaba especialmente. Le habían propuesto traducir en aquel momento algún Episodio Nacional pero él prefería que el público francés leyera Fortuna y Jacinta. En Francia, Galdós era un autor reconocido y novelas como Marianela, Doña Perfecta o Misericordia tuvieron gran éxito de público.

Una tarde, acompañado del escritor guatemalteco, Enrique Gómez Carrillo, entraron en un café, el Kalizaya. Allí, muchos parroquianos reconocieron de inmediato a Galdós y se acercaron a felicitarle. Carrillo cuenta cómo Óscar Wilde también se acercó a él:

De pronto entró en el café un hombre enorme, pesado, lento, con cara de “yankee” de caricatura
y con voz gorjeante de señorita.
–Oscar Wilde –le dije al oído a Don Benito.
–¡Ah! –exclamó, despertando de su sueño.
Y durante algunos minutos examinó al infeliz, y genial, y bueno y noble poeta de Salomé con
una curiosidad llena de cariño o de lástima.
–¿Oscar Wilde?... ¿El inglés... preguntome al oído?
–El mismo.
Al propio tiempo, Wilde, que había oído el nombre de Galdós, aproximóse a nuestra mesa y me
dijo, quitándose el sombrero e inclinándose con su exquisita distinción de gran señor de
Londres:
–¿Me hace usted el favor de presentarme al ilustre autor de Marianela?

Galdós se puso de pie y estrechó en silencio la mano enorme y roja de su admirador británico. 



 Galdós había escrito Marianela, quizá la obra más naturalista de toda su producción, tras un viaje a las minas de Torrelavega (Cantabria) en el verano de 1876.  La escribió entre diciembre de 1877 y enero de 1878 y nada más publicarse se tradujo al francés, inglés, italiano y alemán. En vida de Galdós alcanzó 13 ediciones y en 1917 los hermanos Álvarez Quintero la adaptaron al teatro. Margarita Xirgu hizo de Marianela en el Casino de Torrelavega.

La protagonista de la obra es Nela, una joven de 16 años que aparenta 12. Desnutrida y recogida por misericordia en una familia de mineros, "criándose como un animal doméstico" sirve de lazarillo a otro joven del pueblo. "Ni siquiera te han llevado a una de esas escuelas de primeras letras, donde no se aprende casi nada", se lamenta el médico del pueblo. Nela y el pequeño de la familia, Celipín se llevan bien. Él quiere ir al colegio para ser médico pero la madre "no comprendía aquella aspiración diabólica a dejar de ser piedra". Cuando Celipín se queja a Nela de su mala suerte, ésta le contesta: "como yo no soy persona, no te puedo decir". 

Así que Nela entrega cada moneda que logra reunir para que él se compre una cartilla de lectura y pueda aprender las letras. La chica duerme en un cesto en la cocina de la casa.

"Como Nela hay muchos miles de seres en el mundo: ¿Quién los conoce? ¿Dónde están? Se pierden en los desiertos sociales". 

En la novela realista española del Siglo XIX no cabía la denuncia de la infancia dickensiana, nuestro país era campesino y aunque tenía niños en la fábricas en la misma situación que la Inglaterra de su tiempo, era en número reducido. Galdós eligió una niña pueblerina, "un ser cuya importancia social había sido semejante a un insecto", para resumir los problemas de la mayor parte de los niños españoles: desnutrición, analfabetismo, pésimas escuelas, orfandad, abandono, indiferencia.

Sólo un escritor de su valía fue capaz de incluir en la novela una propuesta de adopción de los niños huérfanos, una reforma del sistema de caridad a los más pobres y la estadística General de Primera Enseñanza que se realizó en 1876 que había causado un enorme escándalo a los adultos (y que seguiría citando en varias obras posteriores). Con todo esto, podría pensarse que Marianela es un panfleto y sin embargo resulta su obra más adaptada a todo tipo de formatos (incluido el cómic) y también, la más querida por los lectores desde Polonia hasta Argentina. Algunos especialistas incluso, han afirmado, que era la obra preferida del autor que se emocionó hasta las lágrimas en su estreno teatral.

Esta sensibilidad con la situación de la infancia atraviesa toda la obra galdosiana. A menudo, los protagonistas de sus novelas se cruzan con niños fallecidos. En Nazarín (1907), en un ataúd forrado de percal rosa llevan un niño "al que nadie llora", en otras los sepultureros se han echado al hombro más de una caja como quien carga un bulto.

Los hijos de los Bringas, al igual que el nieto de Villaalmil comen mal y escasamente; estaban malnutridos. Y esto era la clase media funcionarial. En boca de algunos personajes compasivos, Galdós pide para los niños que caen enfermos, aire libre, juego y buena comida. Más de 500 niños estaban abandonados en las calles madrileñas y en la Inclusa Municipal en 1900, ningún niño de pecho allí dejado sobrevivía al primer año.

La situación a finales del siglo XIX era pavorosa y según los datos, en Europa sólo Hungría superaba en mortandad infantil e insalubridad, suciedad y enfermedades a Madrid.

En Tristana, publicada en 1892, los amantes fantasean con su futuro y él incluso, en tener un hijo pero ella le contesta exaltada:
¡Ay no! (...) Porque se mueren todos. ¿No ves pasar continuamente los carros fúnebres con las cajitas blancas? Ni sé para qué permite Dios que vengan al mundo, si tan pronto se los ha de llevar... No, no, niño nacido es niño muerto". 

Diez años antes (1882), escribió El amigo Manso: quizá su visión más desconsolada de la sociedad de su tiempo, en la que un profesor de universidad alimenta y calza a una niña huérfana "mal nutrida, mal vestida y peor calzada" que ha sido acogida por una viuda, la señora de García Grande: "que sabía su gran amor a la infancia y por eso enviaba a la niña a la que no denegaría el dinero".  Cuando la niña crece y se hace institutriz alaba que no castigue corporalmente a los niños y su innata sabiduría de las condiciones de la infancia.

Cuando el nuevo sobrinito del profesor Manso nace, se contrata de inmediato una ama de cría pasiega. Galdós describe a esta mujer como bruta y montaraz; es decir, el prototipo según la creencia de entonces de las mejores cualidades para dar de mamar a un niño:
"ese monstruo que llaman nodriza, vilipendio de la maternidad y del siglo".
Cuando la mujer abandona al niño, a pesar de estar bien pagada y considerada en la familia; Manso ha de encargarse de buscar una sustituta y acude al consultorio del Doctor Miquis que se encarga de revisar a decenas de mujeres que sentadas en fila son examinadas para ser contratadas para amamantar niños de buenas familias. La descripción de esta industria repugna tanto al escritor que tras describir al detalle este proceso espantoso concluye encolerizado calificando a estas mujeres como "la escoria de las ciudades mezclada con la hez de las aldeas". 

Él, siempre compresivo con los claroscuros de la vida, dice ¡basta! en un párrafo hiriente y amargo que Manuel González Sosa, crítico literario y autor de un trabajo de análisis sobre la novela, le hace dar un respingo extrañado: "no se explica que menosprecie colectivamente a quienes a fin de cuentas son víctimas de esta industria". 

El lector no puede evitar una media sonrisa dolorosa ante esta afirmación. Las víctimas de esta industria eran los niños que pagaban con su vida la ignorancia y negligencia de los adultos y sólo alguien de la sensibilidad e inteligencia de Galdós lo entendió.

En el año 2017, la estudiante de filología hispánica Yuqi Wang dirigida por Ángela Ena Bordonada publicó una tesis doctoral sobre la infancia y adolescencia en la obra de Pérez Galdós y comienza su extraordinario trabajo con una expresión de perplejidad ante el inmenso corpus de estudios de múltiples aspectos de la obra galdosiana que en lo relativo a niños y jóvenes es inexistente:

"El conjunto infantil y adolescente en sus obras, sin embargo, ha sido un tema relativamente carente de interés por el estudio". 



domingo, 12 de abril de 2020

Mujeres en la Historia de Madrid en el Despertador Radio


Miguel Esteban, presentador en Radio Esport Valencia, News FM ha sido tan amable de entrevistarme en su programa, El Despertador que se emite cada domingo y que cuyo podcast se puede escuchar en Spotify e Ivox (desde minuto 2`50).

Hemos hablado de mi último libro publicado,  Mujeres en la Historia de Madrid (Ed. Sargantana), qué mujeres son las más singulares, cómo surgió la idea...




viernes, 3 de abril de 2020

Y entonces, apareció Galdós


Maribel Orgaz - info@leerenmadrid.com
En la segunda mitad del Siglo XIX, muy poca gente en España sabía leer y aún menos escribir pero adoraban los folletines. Calabozos, mazmorras, fantasmas, raptos, duelos. Se compraban las novelas por entregas en un papel de pésima calidad y con una impresión tipográfica deficiente pero el ansia de lectura lo toleraba todo.

Una obra como La medicina curativa de Le Leroy vendió 46 mil ejemplares. Los ingresos de un escritor dedicado a los folletines a tiempo completo se han estimado en 1.000 reales semanales, aunque el poeta Gaspar Núñez de Arce se jactaba de ganar entre 5.000 y 6.000 reales. Un obrero por aquel tiempo, vivía justo pero vivía con 15 reales a la semana.

A Darwin 
¡Gloria al genio inmortal! Gloria
al profundo
Darwin, que de este mundo
penetra el hondo y pavoroso arcano!
¡Que, removiendo lo pasado incierto,
sagaz ha descubierto
el abolengo del linaje humano. 
      Gaspar Núñez de Arce

El escritor entregaba las cuartillas al editor que era impresor y librero la mayoría de las veces y perdía todos los derechos sobre la obra. Los autores se quejaban pero no había alternativa. Los lectores compraban los cuadernillos o se suscribían. Las bibliotecas públicas no estaban bien dotadas, pero las de las asociaciones de obreros y artesanos sí disponían de muchos de aquellos best-seller. Había una tercera opción, los gabinetes de lectura en donde los libros se alquilaban por horas.

En Madrid uno de cada dos habitantes sabía leer y escribir, aunque en provincias la cifra era de 3 de cada diez.  "Sólo 10 de cada 100 españoles era capaz de escribir su nombre", Historia social de España y de Hispanoamérica, Juan Beneyto. En resumen, el analfabetismo no sólo era pavoroso, apenas había un interés eficaz en disminuirlo.

Así que, desde O´Donnell a la Reina Isabel II, y por supuesto Benito Pérez Galdós, los españoles adoraban las aventuras y desventuras folletinescas y quienes no podían leerlos, escuchaban a quienes los leían para ellos. En este entretenimiento general no podía faltar la Iglesia, prohibiendo y autorizando.

En 1870, los raptos, duelos y desmayos eran temas demasiado conocidos. La aristocracia mermada, el campesinado transformándose en obrero asalariado y una clase media que iba a la Universidad y quería su trozo de pastel que tenía que arrancar por mérito y no por nacimiento. Esta clase media quería su pintura en sus salones, sus libros en sus estanterías, sus ropas, sus casas, sus bailes, sus tertulias.

La ciencia empujando a la religión, la educación poco a poco ampliándose, los nuevos gustos y la conciencia de ser diferentes. Se necesitaba mucho más que un Pablo de Olavide, uno de los grandes bestselleros de entonces, para arrancar la novela de la sombra en la que permanecía postrada: El Quijote era un árbol inmenso que durante siglos exterminó, según la propuesta de Rodrigo Fresán, cualquier cosa que intentara crecer debajo.

Los escritores desaguaron como pudieron en toda aquella masa de entregas y sólo un cataclismo social posibilitó el paso de gigante necesario: en lugar de imaginar, observar.

"Galdós es al folletín como Cervantes a la novela de caballerías.
Él creía que se podía hacer una novela que arrastrara al lector pero con unas reglas". 
La novela popular española. Leonardo Romero Tobar. 

Galdós provenía de la misma clase social que ahora dinamizaba la economía y se atrevía a sacudirse, porque no le servía para instaurarse y prosperar, el yugo mental del catolicismo. Ingenieros de caminos y médicos, como explicaba el pensador Julian Marías, eran las profesiones más habituales de los protagonistas de sus novelas. Él era un buen ejemplo de burgués culto, viajero y con un buen concepto del trabajo: sólo desde la pasión y la diversión en la escritura se pueden dar páginas durante 35 años al ritmo que él lo hacía. Tenía mala salud pero su empeño era probablemente, lo que le mantuvo vivo.

Darwin, la Ciencia, escuelas, unificación legislativa, un nuevo sistema tributario, libertad de pensamiento. El ideario de Galdós se mantuvo intacto desde su primera novela hasta su última obra.

Benito Pérez Galdós renovó la novela española no sólo como género, también modernizó su entramado comercial:

"Configuró definitivamente  un mercado lector que le permitió vivir íntegramente del producto de su pluma. Las grandes cifras de ventas sólo se estabilizaron a partir de 1870 con Galdós que vendió más de 2 millones de volúmenes de su obras. Así los comienzos de la Generación del 98 fueron mucho más fáciles, aunque sólo fuera por este precedente".