miércoles, 16 de noviembre de 2022

Las cicatrices del alma no hay quien las borre - Delirio, Natalia M. Alcalde, escritora

 

Los elogios se suceden en las redes sociales a propósito de la primera novela de la escritora mexicana, Natalia M. Alcalde: Delirio. Alcalde había publicado anteriormente cuentos y artículos de investigación en las revistas Ágora, Colegio de México (COLMEX), Uffizi Magazine y Double Clic de la Fundación Juan March pero esta es su primera publicación de largo aliento. "Una apabullante novela negra en la que violencia, crítica social y realismo mágico se mezclan con maestría", en palabras de su editorial. Los lectores, por su parte, saben que las grandes potencias literarias en lengua española son actualmente Colombia, Argentina y México, todo lo que sus autores escriben merece una atención especial.


Primera novela y género negro, por qué en este género.

Pienso poco en el género cuando estoy escribiendo. Para mí antes viene la historia. Con Delirio, primero aparecieron los personajes y tuve que pasarme un rato conociéndolos, luego se fue desarrollando la historia que ellos querían contar. Finalmente, cuando tenía la novela escrita de principio a fin, la leí y me pregunté ¿Esto qué es? Descubrí que se trataba de una novela negra. Me gusta trabajar así, sin someter mi imaginación a las limitaciones del género. 

Ya después, cuando lees y descubres tu obra en papel es cuando entiendes ciertas cosas. Te entiendes a ti misma (es como si fuera un proceso terapéutico). Hoy, viendo en retrospectiva, comprendo que Delirio formó parte de un momento muy específico de mi vida. Lo escribí cuando volví a España después de haber pasado un año en México, regresé enojada, sintiendo muchísima impotencia y desesperación ante la situación de violencia que se vive en el país; los índices de impunidad son tremendos, la inseguridad que viven las mujeres es apabullante, y nadie en el gobierno parece querer hacer nada para cambiarlo. Ese enojo se vio transferido a mi literatura y, naturalmente, surgió una novela negra. 


Un hito reciente en el género han sido las mujeres escritoras. 

Yo no veo eso de ser mujer y escribir novela negra como algo raro. 

Las mujeres siempre hemos estado presentes en el género negro. No podemos pensar en la historia de la novela negra sin nombrar a Patricia Highsmith, y ¿qué me dices de Joyce Carol Oates? Y más recientemente Gillian Flynn, que es genial y está muy loca. No podemos dejar fuera a Agatha Christie, que es la escritora más conocida del género policiaco y del thriller.  

Por cierto, Agatha Christie ha sido clave en mi vida, por una cuestión de familia. Mi abuela materna tenía todos los libros de esta autora (heredó ese amor por la novela de misterio, policiaca y de terror de su madre). Yo me acuerdo mucho de ir a su casa y encontrarla leyendo y releyendo libros de Agatha Christie o de Stephen King; ella se sabía el desenlace de cada historia de memoria. En sus últimos días olvidó el nombre de sus familiares, pero seguía conociendo bien quién había sido el asesino de cada uno de los libros de Agatha. Quizá habrá sido por eso que, a mí, la idea de ser mujer y escribir o leer novela negra, no me parece una contradicción, todo lo contrario, es algo natural, es la literatura que he tenido cerca desde niña y, muchas veces, escrita por una mujer. 

Por otro lado, creo las mujeres en Latinoamérica, a lo largo de la historia, hemos tenido una condición más de testigo que de actor social. La historia ha pertenecido a los hombres (y en gran medida les sigue perteneciendo) y no porque nosotras queramos que sea así, sino porque nos hemos visto relegadas al hogar y silenciadas. Entonces observamos, somos testigos de la forma en que el género opuesto ha creado, desarrollado contratos sociales, políticos, judiciales, que son protegidos por ellos mismos a través de instituciones, empresas. Nosotras hemos sido testigos de la historia, testigos de la forma en que se han erigido sociedades, testigos de las guerras, casi siempre lideradas por varones. En el caso de México, somos testigos de la violencia ejercida por los cárteles, encabezados por varones. Aunque cada vez estemos más involucradas en la acción social, lo cierto es que sabemos ser testigos. La mirada del testigo, de quien ve desde fuera, suele ser inmensamente valiosa y objetiva. 

En el caso de Delirio, Renata representa ese papel del testigo que lo observa todo desde cerca, pero se ve maniatada, silenciada y no tiene forma de solucionar la situación, a ella no le queda más remedio que escribir. 


Un buen puñado de billetes, ¿compra una nueva vida?

No sé si compre una nueva vida o no. En la historia, Kika buscaba salir a como dé lugar de la prisión en la que terminó viviendo, escapó de ahí con un bolso púrpura en el que cargaba fajos de billetes. Ella buscaba dar reset a su vida y empezar de nuevo, lejos del sufrimiento gris que le robó el optimismo. 

De haberlo logrado, hubiese sido capaz de edificar un nuevo hogar junto a su madre, de vivir tranquila, en Oaxaca, su estado natal. Sin embargo, hay cosas que se quedan en la memoria y que no hay cómo suprimir. De haber logrado escapar, probablemente, ya al caer la noche, incluso en ese nuevo hogar, se sentiría abrumada por el trauma. Las cicatrices del alma, esas no hay quién las borre, y a Kika la lastimaron mucho. 


Parece que se ha renovado el interés por el tarot.

¿Será una nueva tendencia hacia el rechazo de la ciencia? ¿La caída de los dogmas religiosos? ¿La necesidad de tener certezas en este mundo cada vez más incierto? Probablemente sean todas estas cosas o ninguna de ellas, no lo sé.  

Para mí, el tarot no es algo tan enrevesado o extraño, es un lenguaje simbólico (visual). Tiene esa aura mística que hace que mucha gente lo mire con aprehensión y lo juzgue, no hay nada que descalificar o temer. Cada una de las cartas en el mazo refleja momentos típicos de la vida de toda persona. De hecho, los arcanos mayores en orden narran a la perfección la secuencia del “Viaje del héroe” que Joseph Campbell describe en su libro El héroe de las mil caras. O sea, la estructura que seguimos casi de forma inconsciente para relatar cualquier fábula, historia o mito, está también reflejada de forma visual en el tarot. 

Además, yo digo mucho que la versión Rider-Waite ilustrada por Pamela Colman Smith, que es el típico tarot que más se conoce, es una enciclopedia de símbolos. Símbolos que si estudias, después vas al Prado, o a otros museos, y te los encuentras por todos lados. 

Como anécdota, yo no viajo a ningún lugar sin mi tarot. Y en los aeropuertos cuando paso seguridad, por alguna razón siempre me detienen por el mazo de cartas y las revisan. Es muy curioso cómo cuando me pasa eso en España los oficiales se ríen y casi que me piden que les tire las cartas, en México, al contrario, se asustan muchísimo. Yo en ambos casos disfruto. 

En fin, es que me puedo pasar días hablando sobre Tarot, pero lo que quiero comunicar es que sirve para varias cosas, es un lenguaje visual, una herramienta terapéutica o meditativa, y hasta te ayuda a saber más en términos histórico artísticos. Como dice Jorge Drexler en una de sus canciones: “La máquina la hace el hombre y es lo que el hombre haga con ella”. No hay que tenerle miedo a las cosas, sino a la forma en que las personas usan esas cosas. 


Recomiéndanos algún autor de género negro, también en lengua española. 

Tengo una debilidad por la literatura latinoamericana, creo que tenemos mucho que contar. Me encanta el descaro con que los escritores latinoamericanos se divierten rompiendo convenciones del lenguaje.  

Así que recomendaré a una autora, ya que hablamos sobre la mujer escribiendo negra, que escribe de una forma casi imposible, ella sí que se salta todos los tratados del español con su literatura y el resultado es siempre exquisito, maravilloso, es una de mis favoritas: Los divinos de Laura Restrepo.


Delirio 
Natalia M. Alcalde 
Editorial Cuadernos del Laberinto




jueves, 10 de noviembre de 2022

La historia ha de ser el anclaje pero la ficción debe prevalecer siempre - La ciudad de las vanidades, Francisco López Porcal, escritor

 


Francisco López Porcal es autor de La ciudad de las vanidades. López Porcal de formación filólogo, es miembro de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios y en esta entrevista reflexiona acerca de si La ciudad de las vanidades puede ser considerada una novela histórica o más bien novela de época. En la Valencia de principios del siglo XX, la familia Llombart se ve inmersa en los cambios que una pequeña ciudad experimentará hasta convertirse en una metrópoli moderna y diversa. López Porcal había publicado con anterioridad, Atrapados en el umbral también en la editorial Sargantana y es autor del ensayo, La Valencia literaria desde el espacio narrativo. "Valencia es una ciudad muy literaria, con mucho imaginario, explicaba en una entrevista reciente, y hay todavía mucho material para narrar".


La ciudad de las vanidades es tu última novela y trata sobre una familia valenciana que a principios del siglo XX ha de adaptarse, junto a su ciudad, a la modernidad. Cuáles serían las peculiaridades valencianas frente a las que también experimentaron Bilbao o Madrid en ese mismo proceso de modernización.  

Las similitudes de Valencia con otras ciudades españolas son grandes. Madrid por ser capital de España, tuvo la influencia directa de Carlos III y de Isabel II. Si bien, la Gran Vía se convirtió posteriormente en la reforma necesaria para derribar callejuelas estrechas y antihigiénicas. Bilbao con su Ensanche, la canalización de la ría y las obras del puerto exterior inició su crecimiento más allá de la ciudad antigua de las Siete Calles. Si Sevilla aprovechó la Exposición Iberoamericana de 1929 para modernizarse dado su atraso en servicios básicos, Barcelona tuvo su desarrollo urbano entre dos Exposiciones Universales, la de 1888 y la de 1929. Lo refleja muy bien Eduardo Mendoza en su novela La ciudad de los prodigios.

De igual modo, Valencia encontró en la Exposición Regional de 1909 y Nacional de 1910 su gran ocasión para entrar en la modernidad, reclamando ante el Estado una visión de futuro para igualarse a Madrid y Barcelona, y a otras ciudades europeas. La capital del Turia necesitaba abandonar su imagen decimonónica y rural y abrazar las nuevas corrientes del nuevo siglo XX. La modernista calle de la Paz y la nueva plaza de San Francisco, hoy del Ayuntamiento, nacida de los derribos del barrio de pescadores, nido de prostitución y proxenetas, son un claro ejemplo de ello. Negarse a la modernidad, era sucumbir a lo obsoleto, como le ocurrió al industrial sedero Daniel Llombart, protagonista principal de La ciudad de las vanidades.


Atrapados en el umbral fue tu primera novela. Al escribir la segunda, La ciudad de las vanidades a qué nuevo desafío te enfrentaste. 

El mayor desafío era crear una trama ágil, como creo que así ha sido a juzgar por los lectores. La anterior Atrapados en el umbral es en el fondo una novelización de un ensayo, concretamente del capítulo cuarto de mi Tesis doctoral, cuya versión reducida fue publicada por la UNED-Valencia en 2018 bajo el título de La Valencia literaria desde el espacio narrativo. Atrapados en el umbral sería una novela de tesis, nunca mejor dicho, con numerosas digresiones que quizá pueden oscurecer el hilo narrativo. No ocurre así en La ciudad de las vanidades, con unos personajes bien dibujados, donde la historia del relato fluye de manera intrigante y sobre todo bien definida.



La novela histórica ha de guardar un equilibrio entre documentación y una trama no ahogada por los datos. Cuál sería el buen hacer del escritor en este sentido.

La ciudad de las vanidades está catalogada dentro del género histórico, aunque tiene elementos costumbristas, por lo que puede calificarse también de época. La novela comienza en una especie de realismo mágico, dado que los dos personajes que introducen el relato, verdadero corpus de la novela, la historia de la familia Llombart, pertenecen a épocas distintas. Su diálogo se convierte en algo maravilloso que convive con lo cotidiano. Ambos personajes, Maurice Clichy, contemporáneo, y doña Manuela, siglo  XIX, iniciarán el relato para desaparecer y volver al final. Una novela dentro de otra novela.

El buen hacer del escritor es procurar que la historia sea solo el anclaje, para que la ficción prevalezca siempre. De lo contrario estamos cayendo en un manual de historia y ese no es el objetivo.


De todos los personajes de La ciudad de las vanidades, cuál ha impactado más al lector. 

El más impactante ha sido Daniel Llombart. Su vanidad y su soberbia irritan al lector. Por otra parte, destaca, la sensatez y la nobleza de su hijo Pablo, antítesis de su padre. También me ha sorprendido el impacto que ha tenido la figura de Carlos Palanca, un personaje hecho así mismo. Hijo de una familia de huertanos que aprovecha las oportunidades que le brinda la vida y asciende socialmente. Su habilidad y sus dotes empresariales superan a las de su suegro Daniel Llombart, quien solo le dedicó un desprecio tras otro porque su linaje no estaba a la altura del estatus familiar de los Llombart. La eterna desavenencia entre la ciudad y el campo, la burguesía y el campesinado, dos maneras diferentes de entender la vida.


Al trabajar un tema desde el ensayo o desde la ficción, qué hay que decidir, por así decir, a la hora de sentarse a escribir. 

Que uno no interfiera en el otro. Son dos ámbitos distintos.


Blasco Ibáñez es, quizá, el escritor valenciano más universal.

Siempre he dicho que más allá de Blasco Ibáñez hay vida. El carácter universal y popular del autor de Cañas y barro ha oscurecido a muchos escritores todavía invisibles para el gran público, tanto en castellano como en valenciano. Tampoco es muy conocida la narrativa valenciana más allá de nuestras fronteras regionales, incluso para los propios oriundos. Pero merecen atención escritores de la talla de Manuel Vicent, Miguel Herráez, Carlos Aimeur, Marta Querol, María García-Lliberós, Javier Alandes, María Beneyto, Juan Gil-Albert y una larga nómina en castellano. Pero también, Joan F. Mira, Ferran Torrent, Vicent Josep Escartí, Josep Lozano, Rafa Lahuerta, Frederic Martí Guillamón y otros. Todos ellos y muchos más han creado una visión caleidoscópica del amplio como desconocido imaginario de la Valencia de todos los tiempos. Una ciudad de grandes contrastes, extrovertida, festiva y mediterránea, individualista y enfrentada, pero también con episodios oscuros y tenebrosos en su evolución social y política.


Francisco López Porcal
Editorial Sargantana