Virginia Baudino - virbaudino@hotmail.com
En una perdida ciudad de Suiza está una de las bibliotecas más interesantes del mundo. La Abadía de San Gall que tiene doce siglos de historia y una biblioteca con más de 170.000 ejemplares. En la puerta de entrada a este monasterio benedictino se lee en griego: farmacia del alma.
Que la poesía atraviesa un revival es algo que nadie puede negar. Que dure es otra cosa. Pero es cierto que el hecho de que la poesía se haya infiltrado en otras producciones culturales, como el video, el cine, la música, el rap, le ha dado la vitalidad de la que goza actualmente.
“Los autores circulan, los géneros se superponen, lo que es excelente para este recuperado vigor”, dice Olivier Chaudenson, director de la Maison de la Poésie en Paris. Sí, leyeron bien, una casa de la poesía. Y continúa: “Me parece que la poesía ha sufrido mucho porque se ha replegado y encerrado sobre sí misma. Lo urgente es reconectarla con el público, con uno más amplio, el de la literatura y el de la música.”
Para ver lo que ha cambiado su status basta ver cómo ha evolucionado la connotación de poeta. Hace un tiempo, llamarse poeta no era un cumplido. Wislawa Szymborska decía, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1996: “En diferentes encuestas o en conversaciones casuales, cuando el poeta tiene que necesariamente precisar su ocupación, se define de forma general como ‘literato’. La información de que tienen que vérselas con un poeta es recibida por funcionarios o por otros pasajeros del mismo autobús con cierta incredulidad e inquietud.” Pero, cuidado, la situación no es ni grandiosa ni calamitosa.
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¿Y qué hay de la poesía femenina? Para empezar, las poetas rechazan llamarse poetisas. El término poeta es mixto, lo que le da fuerza frente a la mirada de los otros. Lo que tiene aún de extraño y subversivo en la poesía femenina es que en ella se pone en juego el cuerpo. Por ejemplo, contar el parto en forma de poesía nos muestra algo de esta especificidad. Aunque decirse poeta para una mujer es aún más difícil que para un hombre, según Sophie Nauleau.
Para terminar, se me ocurrió pensar que la poesía ayuda a combatir la soledad, especialmente en las mujeres que, como dice Olivia Laing, es estructural y política. Y frente a la dictadura de la felicidad que impera hoy, algunas nos llaman a apropiarnos de estas emociones para evitar lo que llaman la happycracia.
Desacelerar, desacralizar el trabajo como forma de vida, apropiarse de todo el espectro de las emociones, redefinir el poder desde la mirada de las mujeres…. Ya dijeron otras: lo personal, es político.
Para todo esto, y más, también sirve la poesía homeopática, en pequeñas dosis pero absolutamente indispensable.
“Soy mujer. Y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y corazón guerrero.” Alejandra Pizarnik