El Aranjuez de José Luis Sampedro era y es, en sus propias palabras, un paraíso. El escritor pasó allí su adolescencia cuando el padre, médico militar, fue trasladado desde el hospital español de Tánger a ocupar un nuevo puesto.
En Aranjuez, Sampedro empezó a escribir y sus jardines y su palacio, su mezcla de lugar señorial y vida de pueblo le cautivó. Años después publicaría, Real Sitio, una novela que cruza dos tramas: la vida palaciega que tenía lugar en 1807 con Godoy y Carlos IV y la de 1930, justo antes de la proclamación de la República. Para Sampedro ambos períodos significaron un antes y un después en la historia de España.
Esta visita ha formado parte del nuevo curso de literatura que con el epígrafe Una novela, Una ciudad imparto esta temporada en la UP Miguel Delibes de Alcobendas (Madrid).
Hasta ahora, hemos abordado el Valladolid de El hereje de Miguel Delibes y el Madrid de Barrio de Maravillas de Rosa Chacel. Hasta febrero, el programa incluye La Coruña de Emilia Pardo Bazán, la Barcelona de Paseos con mi madre de Javier Pérez Andújar o el Bilbao de Félix Modroño.
La propuesta de este curso incluye las visitas a los lugares de las novelas y también algunas presentaciones como la de Tánger, ciudad idealizada por José Luis Sampedro y en la que transcurrió su infancia.
Con algunos alumnos del curso hemos recorrido varios lugares citados en Real Sitio: las castañuelas, las pequeñas cascadas sobre las que se abren las ventanas del palacio, cuya música acuática amenizaba las habitaciones, el jardín del Rey el único que se conserva de Carlos I y el embarcadero en donde las falúas de Farinelli y la reina Bárbara de Braganza terminaban su recorrido festivo.
El jardín del Príncipe, antigua huerta de primavera con Felipe II, o la Plaza de Parejas en donde se hizo volar un globo el 28 de noviembre de 1783. Un hecho que para el escritor fue símbolo de una nueva sociedad que de la mano de la ciencia quería elevarse, dejar atrás el oscurantismo y las supersticiones.
Aranjuez es un lugar privilegiado en el secarral de la meseta porque confluyen dos ríos, el Jarama y el Tajo y lo que ahora podemos visitar es una parte muy pequeña de una enorme finca real que se extendió, en sucesivas compras de Carlos I y Felipe II y durante el siglo XVII, desde los montes de Toledo hasta Colmenar de Oreja.
Esta inmensidad era necesaria para que la caza mayor pudiera moverse en lo que ahora sería denominado corredores ecológicos y en su tiempo, a través de los cursos de agua y sus lugares de cría y comederos.
El Palacio Real también fue creciendo y ampliándose y José Luis Sampedro recoge en su novela detalles tan significativos como el intento de plantar una araucaria en el Jardín del Parterre que no ha llegado hasta nuestros días pero que demuestra la flora diversa que albergaba el lugar con plantas traídas desde América y Filipinas.
Este Real Sitio no tenía población estable hasta que Carlos III lo autorizó y fue usado por los sucesivos reyes como alojamiento de primavera. En verano, la corte se trasladaba a La Granja (Segovia).
Aranjuez tenía molinos y batanes de los que la monarquía obtenía rentas, huertas magníficas, cientos de árboles frutales y animales exóticos. Allí vivieron elefantes y camellos. Los elefantes como rarezas, los camellos porque la forma de sus pezuñas no estropeaba los jardines y eran idóneos para el trabajo, por ser más delicados en su pisada que los caballos.
El elefante, que José Luis Sampedro cita en Real Sitio tras ser alojado en palacio, se escapó y fue llevado a la Casa de Vacas y allí convivió con ellas en el establo. Murió a los cuatro años porque los conocimientos sobre su alimentación y cuidados eran escasos. Hoy en día puede contemplarse naturalizado en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Los camellos llegaron a ser 400, algunos regalados por monarcas de otros reinos.
Los sucesivos reyes embellecieron Aranjuez, domaron el río, construyeron presas y plantaron cientos de miles de árboles. Tantos como los que adornan las calles de nuestra Madrid actual. Los bosques rodeaban el Palacio en una gran espesura.
Durante nuestro paseo, con un cielo azul porcelana y una temperatura otoñal suave, hemos hablado también sobre la segunda trama. La de 1930, que nos parecía aún más memorable que la del siglo XIX, quizá porque el autor la había vivido y se deleita en la novela en multitud de detalles. Desde los bailes a las pensiones, la horchata de la valenciana, el homenaje al pintor Santiago Rusiñol que tanto amó Aranjuez, el ómnibus bisemanal en el que llegó Marta, la protagonista, bibliotecaria del palacio o la cucaña que en la plaza de Parejas se instalaba en las fiestas para que los mozos pudieran trepar y coger el premio.
A modo de anécdota, personal y como escritor, Sampedro ha relatado que fue en Aranjuez en donde vio la maderada: los árboles que cortados en el invierno en las zonas de Guadalajara y Cuenca llegaban en verano por el Tajo para ser recogidos y llevados al aserradero. Esta experiencia dio lugar, años después, a la que probablemente sea la mejor novela del autor: El río que nos lleva. En Real Sitio, Sampedro introduce este recuerdo haciendo que Marta y sus amigos vayan a bañarse al río pero se lo impide la masa de troncos.
Sobre el Motín de Aranjuez, ocurrido en 1808 en el que José Luis Sampedro detiene la trama palaciega, insiste a lo largo de la obra en su significado para España. Al igual que para Francia la Revolución Francesa, el pueblo español se dio cuenta, al asaltar la casa de Godoy y el Palacio, que los reyes no eran intocables.
UP Miguel Delibes, Alcobendas (Madrid)
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