miércoles, 31 de agosto de 2022

El amor, ese fulgor que nos eleva - Álvaro Medina de Toro, escritor y poeta - III Premio Internacional Cuadernos del Laberinto de Pensamiento

 


Álvaro Medina de Toro, de profesión abogado, es como él mismo afirma escritor y poeta desde hace siglos. Ha publicado los poemarios Raíces de agua (Mairea Libros, 2001; reeditado en 2013) y Silencio habitado (Mairea Libros, 2013) y un volumen de relatos, Huellas –Fabulaciones biográficas en la colección Espuela de Plata de la Editorial Renacimiento, 2021. Medina Toro ha sido premio Antonio Machado de Narraciones Breves, otorgado por la Fundación de Ferrocarriles Españoles y también fue premiado por su labor narrativa por el Colegio de Abogados de Madrid. Esta entrevista se realiza con motivo de su último galardón, el III Premio Internacional Cuadernos del Laberinto de Pensamiento (2022) al que presentó un libro de aforismos, Dios nunca pide disculpas. 


Acaba de recibir el Premio Internacional de Pensamiento Cuadernos del Laberinto por un libro de aforismos, parece que el género resurge de nuevo. ¿A qué se debe este interés que incluso ha propiciado una edad del oro del aforismo? 

Sí, estoy encantado con un Premio tan selecto y cuidado, y con una editorial como Cuadernos del Laberinto. Basta ver el fondo y los autores que tiene para sentir que está uno en muy buena compañía. 

En cuanto al buen momento del género aforístico, yo no creo que se pueda hablar de una “edad de oro” sino, más bien, de un retorno, de un repunte de algo que, históricamente, ha sido una actividad minoritaria dentro de los géneros más consolidados como la novela. Pero es innegable que hay ahora bastantes autores que escriben aforismos y estudios que analizan este fenómeno. También, creo yo, tiene algo que ver con la tendencia a la brevedad en un mundo muy acelerado en el que los consumidores de imágenes, la mayoría de la población, viene perdiendo o renunciando a la capacidad lectora. Esto es una paradoja ya que el aforismo, sea o no breve (hay aforismos largos), requiere una lectura concentrada y una pausa para paladear y captar posibles sentidos, o sus objetivos.  


Ha recibido otros galardones, como el Antonio Machado de Narraciones Breves de la Fundación de Ferrocarriles Españoles y el premio del Colegio de Abogados de Madrid. En esta ocasión, ha resultado ganador en una convocatoria a la que se han presentado setenta y un originales de once países. 

Sí, he sentido una gran alegría cuando se me comunicó la decisión y también la satisfacción de que tu esfuerzo ha sido captado, que tu mundo interior ha llegado al exterior, no se ha extraviado y ha sido “reconocido”. Todos necesitamos ser más o menos entendidos, y cuando esto ocurre respecto de un texto de la extensión y sustancia como Dios nunca pide disculpas, la recompensa es aún mayor. Siento mucha alegría, y también gratitud hacia las personas que me han leído y otorgado su confianza. La competencia era importante, el número de concursantes alto, autores de once países, todo ello hace más valioso el premio recibido. Estoy encantado.

 

Dios nunca pide disculpas estará en unos días publicado. Qué encontrará el lector en este libro.

Ante todo, en cuanto al título, me gustaría destacar la vena de humor, británico si se quiere, que late en su interior. Y que el tema de Dios no es sino uno de entre los que se tratan en la obra; puede que sea el más desarrollado, sí, pero no es el único. Mi acercamiento a este apartado de Dios es sumamente respetuoso, casi cauteloso; pues, como escribo en uno de los aforismos: “De lo invisible o incognoscible hay que hablar siempre con el máximo respeto”. Yo no niego a Dios, sino que, en realidad, lo busco, en mí y en los otros. Pero quiero ser sincero en cuanto al grado de mi acercamiento a lo que busco, no negar legitimidad a mis dudas. 

Además de este tema, digamos, tan antiguo como la humanidad que es la trascendencia, trato otros muchos asuntos en el libro, tales como: la identidad, los riesgos de sus mutaciones, la necesaria moderación, las ideas y los ideales, el silencio y el ruido, o los ruidos, una plaga resistente y ubicua; la defensa de la conversación frente al parloteo, la generosidad (y, la otra cara de la moneda: la insensibilidad o falta de empatía, el dolor y la conveniencia de saber gestionarlo; la depredación humana del entorno, anomalías que nos están ya cercando, que hablan a gritos pero no escuchamos; el amor, ese fulgor que nos eleva; la lucidez como don y como condenación, y, en fin, otros temas digamos universales y antiguos, como la muerte, el paso del tiempo; o más específicos como serían la lectura y la literatura, el estilo y el contenido, la ficción como alimento irrenunciable.  

En cualquier caso, los aforismos son, según yo los veo y escribo, “reflexiones escritas”, textos cortos de temática o asunto impredecible que pueden ir de lo esencial a lo inane, de lo excelso a lo indigesto, de lo apolíneo a lo canalla, de lo filosófico a lo gacetillero, de dentro afuera o lo contrario, sin permiso de nadie y porque sí. Y no, a mi modo de ver, una “máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte”, según la acepción que figura en el DRAE. Puede ser también eso, pero no necesariamente lo es.  


Su recorrido literario está muy ligado a la poesía, ¿el aforismo, una poesía corta con un pensamiento sinterizado?

Yo me considero, antes que nada, poeta, bueno o regular, son los lectores los que han de juzgarlo; y, efectivamente, he escrito poesía desde muy joven, pero no creo que el aforismo sea una poesía corta, tampoco un pensamiento muy resumido. Las Meditaciones de Marco Aurelio, por ejemplo, son con frecuencia largas.

Los aforismos han evolucionado mucho, y nunca se han dejado domar del todo. Incluso en el tiempo de maestros como G. C. Lichtenberg, Amabile, el Príncipe de Ligne, Chateubriand u otros ya no se amoldaban a esas definiciones. El aforismo es libre e imprevisible como un adolescente; y cuando menos te los esperas, se echa a llorar, discute contigo por nada o salta la valla y se marcha de casa una semana con un portazo, por decirlo con una imagen. El mérito que, en mi opinión tiene hacer buena poesía o escribir aforismos competentes es, precisamente, lograr ordenar imágenes e intuiciones que, por su naturaleza, tienden a volar, que no buscan refugiarse sino cruzar los bosques y alejarse de toda permanencia. La precisión ayuda a seleccionarlas y convencerlas para hacerse una foto juntas. 


Su carrera profesional se ha desarrollado en el mundo del derecho, ¿quizá la precisión del lenguaje y de las normas de esta disciplina es lo que le ha vinculado al mundo del aforismo?

Entre mis años de abogado y mis siglos de escritor hay un muro ancho y fuerte como el que mandó construir el emperador Adriano en Inglaterra. En este caso, fui yo el que lo construyó. Sin precisión es difícil o imposible hacer muchas cosas, entre ellas: una buena demanda judicial o una sentencia o un huevo frito con puntillas; en el campo de la literatura la cosa cambia, pues hay quienes no necesitan precisión para desarrollar su obra, mientras que otros buscamos y cuidamos ese aspecto al máximo. Son opciones legítimas ambas, con diferentes resultados estéticos, claro, no daré ejemplos. Yo, personalmente, soy un perfeccionista o eso creo, y trabajo los textos con todas las herramientas de aumento que encuentro. Entre ellas, la autocrítica, que si es auténtica, es una lupa de bastantes aumentos.  


Cuál sería su aforismo favorito, propio y ajeno. 

Por educación, empezaré por el ajeno: “La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces” de Octavio Paz.

El mío sería, "Procura hacer de tu vida un lugar habitable: no existe otro, las vidas de los que conviven contigo van incluidas en la tuya. 



Álvaro Medina de Toro
III Premio Internacional Cuadernos del Laberinto de Pensamiento
Se editará próximamente en la colección, Anaquel de Pensamiento 






jueves, 18 de agosto de 2022

A la sombra del álamo blanco - La Casa del Caño y el Jardín de los melancólicos, el paraíso de Jaime Gil de Biedma - Nava de la Asunción, Segovia

 


"Y he pensado en los miles de seres humanos,
hombres y mujeres que en este mismo instante,
con el primer escalofrío,
han vuelto a preguntarse por sus preocupaciones,
por su fatiga anticipada,
por su ansiedad para este invierno", 
    Jaime Gil de Biedma

En Nava de la Asunción, Segovia, se encontraba el paraíso del poeta Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929 – 1990) una casona familiar llamada por los lugareños la casa del Caño por estar al lado de una fuente, que se prolongaba en idilio armonioso con un jardín inusual en la meseta castellana por su diseño y especies que lo poblaban. El conjunto era un inmenso patrimonio procedente de un mayorazgo y los padres del poeta le dieron un gran esplendor, amueblaron con gusto la casa y la huerta fue en parte ajardinada, se construyeron cabellerizas, una piscina, una cancha de tenis y el llamado, Jardín de los Melancólicos en torno a una gran rosaleda. 

La madre de Gil de Biedma, María Luisa Alba, educada en Inglaterra, se encargó personalmente de la mejora del jardín, encargando a un paisajista francés la continuación apropiada a una gran casa señorial del siglo XVII.
"Primera salida al jardín después de veintinueve días de cama. Algo como una embriaguez, una felicidad enorme, apacible. Me instalo a la sombra del álamo blanco -más viejo el pobre, con muchas menos ramas- y pronto dejo a un lado los papeles para dedicarme por completo a mi hora de aire libre, a la maravillosa lentitud de un día clásico de agosto, sin una sola nube. Distingo cada olor y cómo varía y se suma a todos los otros: el de la tierra caliente, el de la acacia a mi espalda, el de los setos de boj que ahora ya sé a qué huelen: a siglo XVI. Aroma gazmoño de las petunias en los arriates soleados. Y cuando la brisa gira y viene del lado del pueblo, olor a humo de leña de pino, que es toda la guerra civil para mí. Además es domingo y hay campanas", Jaime Gil de Biedma en una carta a Carlos Barral mientras se recuperaba de la tuberculosis en 1956.
En la Casa del Caño, la familia pasó los tres años de la guerra civil, "fueron, posiblemente, los años más felices de mi vida, y no es extraño, puesto que a fin de cuentas no tenía los diez", escribió en Retrato del artista. Se escolarizó en este pequeño pueblo segoviano y volvía a Nava de la Asunción siempre que podía. Allí invitó a sus amigos, Carlos Barral o Juan Marsé que finalizó en la casona su novela Ultimas tardes con Teresa publicada en 1965. En su paraíso de Nava, el poeta pidió ser enterrado en el panteón familiar en donde reposa junto a sus padres.

El itinerario de los lectores en este municipio de apenas tres mil habitantes comprende en la actualidad no la casa que los herederos han vendido, sino un cuidado museo dedicado a su memoria, Estación de Encuentrocuya visita guiada realiza con gran esmero Clara, un paseo por la plaza dedicada a Gil de Biedma y la visita al cementerio en donde está enterrado.

El municipio cuida con orgullo la memoria del poeta y convoca desde hace casi dos décadas, el Premio Poético Internacional, "Jaime Gil de Biedma y Alba"


Estación de Encuentro, Museo Jaime Gil de Biedma
En la puerta se cuelga un cartel con el teléfono móvil de la guía, Clara para solicitarle nuestra visita si no podemos acudir en ese horario.
Soliciten visita también por mail, aquí.
Nava de la Asunción, Segovia.