Acaba de recibir el Premio Internacional de Pensamiento Cuadernos del Laberinto por un libro de aforismos, parece que el género resurge de nuevo. ¿A qué se debe este interés que incluso ha propiciado una edad del oro del aforismo?
Sí, estoy encantado con un Premio tan selecto y cuidado, y con una editorial como Cuadernos del Laberinto. Basta ver el fondo y los autores que tiene para sentir que está uno en muy buena compañía.
En cuanto al buen momento del género aforístico, yo no creo que se pueda hablar de una “edad de oro” sino, más bien, de un retorno, de un repunte de algo que, históricamente, ha sido una actividad minoritaria dentro de los géneros más consolidados como la novela. Pero es innegable que hay ahora bastantes autores que escriben aforismos y estudios que analizan este fenómeno. También, creo yo, tiene algo que ver con la tendencia a la brevedad en un mundo muy acelerado en el que los consumidores de imágenes, la mayoría de la población, viene perdiendo o renunciando a la capacidad lectora. Esto es una paradoja ya que el aforismo, sea o no breve (hay aforismos largos), requiere una lectura concentrada y una pausa para paladear y captar posibles sentidos, o sus objetivos.
Ha recibido otros galardones, como el Antonio Machado de Narraciones Breves de la Fundación de Ferrocarriles Españoles y el premio del Colegio de Abogados de Madrid. En esta ocasión, ha resultado ganador en una convocatoria a la que se han presentado setenta y un originales de once países.
Sí, he sentido una gran alegría cuando se me comunicó la decisión y también la satisfacción de que tu esfuerzo ha sido captado, que tu mundo interior ha llegado al exterior, no se ha extraviado y ha sido “reconocido”. Todos necesitamos ser más o menos entendidos, y cuando esto ocurre respecto de un texto de la extensión y sustancia como Dios nunca pide disculpas, la recompensa es aún mayor. Siento mucha alegría, y también gratitud hacia las personas que me han leído y otorgado su confianza. La competencia era importante, el número de concursantes alto, autores de once países, todo ello hace más valioso el premio recibido. Estoy encantado.
Dios nunca pide disculpas estará en unos días publicado. Qué encontrará el lector en este libro.
Ante todo, en cuanto al título, me gustaría destacar la vena de humor, británico si se quiere, que late en su interior. Y que el tema de Dios no es sino uno de entre los que se tratan en la obra; puede que sea el más desarrollado, sí, pero no es el único. Mi acercamiento a este apartado de Dios es sumamente respetuoso, casi cauteloso; pues, como escribo en uno de los aforismos: “De lo invisible o incognoscible hay que hablar siempre con el máximo respeto”. Yo no niego a Dios, sino que, en realidad, lo busco, en mí y en los otros. Pero quiero ser sincero en cuanto al grado de mi acercamiento a lo que busco, no negar legitimidad a mis dudas.
Además de este tema, digamos, tan antiguo como la humanidad que es la trascendencia, trato otros muchos asuntos en el libro, tales como: la identidad, los riesgos de sus mutaciones, la necesaria moderación, las ideas y los ideales, el silencio y el ruido, o los ruidos, una plaga resistente y ubicua; la defensa de la conversación frente al parloteo, la generosidad (y, la otra cara de la moneda: la insensibilidad o falta de empatía, el dolor y la conveniencia de saber gestionarlo; la depredación humana del entorno, anomalías que nos están ya cercando, que hablan a gritos pero no escuchamos; el amor, ese fulgor que nos eleva; la lucidez como don y como condenación, y, en fin, otros temas digamos universales y antiguos, como la muerte, el paso del tiempo; o más específicos como serían la lectura y la literatura, el estilo y el contenido, la ficción como alimento irrenunciable.
En cualquier caso, los aforismos son, según yo los veo y escribo, “reflexiones escritas”, textos cortos de temática o asunto impredecible que pueden ir de lo esencial a lo inane, de lo excelso a lo indigesto, de lo apolíneo a lo canalla, de lo filosófico a lo gacetillero, de dentro afuera o lo contrario, sin permiso de nadie y porque sí. Y no, a mi modo de ver, una “máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte”, según la acepción que figura en el DRAE. Puede ser también eso, pero no necesariamente lo es.
Su recorrido literario está muy ligado a la poesía, ¿el aforismo, una poesía corta con un pensamiento sinterizado?
Yo me considero, antes que nada, poeta, bueno o regular, son los lectores los que han de juzgarlo; y, efectivamente, he escrito poesía desde muy joven, pero no creo que el aforismo sea una poesía corta, tampoco un pensamiento muy resumido. Las Meditaciones de Marco Aurelio, por ejemplo, son con frecuencia largas.
Los aforismos han evolucionado mucho, y nunca se han dejado domar del todo. Incluso en el tiempo de maestros como G. C. Lichtenberg, Amabile, el Príncipe de Ligne, Chateubriand u otros ya no se amoldaban a esas definiciones. El aforismo es libre e imprevisible como un adolescente; y cuando menos te los esperas, se echa a llorar, discute contigo por nada o salta la valla y se marcha de casa una semana con un portazo, por decirlo con una imagen. El mérito que, en mi opinión tiene hacer buena poesía o escribir aforismos competentes es, precisamente, lograr ordenar imágenes e intuiciones que, por su naturaleza, tienden a volar, que no buscan refugiarse sino cruzar los bosques y alejarse de toda permanencia. La precisión ayuda a seleccionarlas y convencerlas para hacerse una foto juntas.
Su carrera profesional se ha desarrollado en el mundo del derecho, ¿quizá la precisión del lenguaje y de las normas de esta disciplina es lo que le ha vinculado al mundo del aforismo?
Entre mis años de abogado y mis siglos de escritor hay un muro ancho y fuerte como el que mandó construir el emperador Adriano en Inglaterra. En este caso, fui yo el que lo construyó. Sin precisión es difícil o imposible hacer muchas cosas, entre ellas: una buena demanda judicial o una sentencia o un huevo frito con puntillas; en el campo de la literatura la cosa cambia, pues hay quienes no necesitan precisión para desarrollar su obra, mientras que otros buscamos y cuidamos ese aspecto al máximo. Son opciones legítimas ambas, con diferentes resultados estéticos, claro, no daré ejemplos. Yo, personalmente, soy un perfeccionista o eso creo, y trabajo los textos con todas las herramientas de aumento que encuentro. Entre ellas, la autocrítica, que si es auténtica, es una lupa de bastantes aumentos.
Cuál sería su aforismo favorito, propio y ajeno.
Por educación, empezaré por el ajeno: “La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces” de Octavio Paz.
El mío sería, "Procura hacer de tu vida un lugar habitable: no existe otro, las vidas de los que conviven contigo van incluidas en la tuya.