Maribel Orgaz - info@leerenmadrid.com
Carmen de Burgos nació en Almería en 1867, en una familia acomodada. Por aquel entonces, la esperanza de vida de las mujeres en España no llegaba a los 35 años. Carmen recibió la típica educación de una señorita de su clase: letras, costura, religión, cuentas y algo de francés y piano. Educación de adorno en una palabra. Se casó a los 16 años con un hombre que la maltrataba, bebía y se pasaba el día de fiesta, "el típico señorito andaluz", dijo ella. A Carmen le nacieron tres hijos y murieron. Hasta aquí, lo habitual en su tiempo.
"Si hubieran vivido mis hijos", escribió después, "me hubiera quedado a criarlos". Pero en aquel infierno ni su familia, ni su formación podían proporcionarle una escapatoria. Debió pensar cuidadosamente sus opciones que en realidad, eran muy pocas y se decidió por magisterio y además, logró obtener plaza de maestra en Guadalajara. Mientras, tuvo otra hija. A los 36 años, con su hermana y la niña se viene a Madrid a vivir. En la España de trenes de entonces, tuvo la energía de trazarse un plan que incluso hoy en día resultaría agotador: de lunes a jueves se iba a dar clase a Guadalajara; el fin de semana lo pasaba en Madrid escribiendo.
Madrid fue la vida para Carmen de Burgos. Se desencantó pronto de la enseñanza, aunque con las becas que le dio el ministerio pudo viajar por toda Europa y le permitió tener un sueldo fijo hasta conseguir vivir de lo que ella quería: escribir. En ese momento, dejó la enseñanza.
Se convirtió en la primera corresponsal de guerra española (en la foto, en la guerra de África) y en la primera mujer en plantilla de un periódico cobrando lo mismo que un hombre.
Escribió biografías, novelas, relatos, artículos, crónicas y muchos libros de cocina y belleza para ganar más dinero. Madrid se lo dio todo, amistades con otras mujeres como ella e incluso un compañero con sus mismas inquietudes. Tuvo su propia tertulia, viajó a Hispanoamérica, fue reconocida y admirada.
En cierto sentido, la asombrosa nueva vida de Carmen no acabó aquí. En la actualidad, es la única, en una larga lista de mujeres españolas excepcionales que tiene a una filóloga dedicada 40 años al estudio de su obra, Concepción Núñez y un coleccionista entusiasta de sus manuscritos, revistas y cuanto objeto le perteneciera: Roberto Cermeño.
En el Ateneo, Cermeño ha impulsado la Agrupación Carmen de Burgos y envía gratuitamente una revista que tira diez números anuales, a todos aquellos que se lo soliciten: info@colombine.es
Concepción Núñez acaba de publicar dos gruesos volúmenes de artículos periodísticos de Carmen y próximamente se reeditará su primer libro sobre Carmen de Burgos.
"Me gustaría que Carmen se estudiara en las escuelas", ha declarado Cermeño, "ese es, en realidad, mi objetivo".
Ella y otras 99 mujeres excepcionales están en mi libro, Mujeres en la Historia de Madrid - Editorial Sargantana. Consulta el calendario de presentaciones aquí.
viernes, 30 de agosto de 2019
sábado, 24 de agosto de 2019
Se necesitan poetas - Los pájaros y la poesía
Maribel Orgaz - info@leerenmadrid.com
"No soy de aquellos poetas", explicaba Rafael Alberti en el segundo tomo de sus memorias, " - existentes hoy más que antes- que confunden una amapola con una margarita, que no saben lo que es un gladiolo (...). Yo casi poco después de aprender a leer conocía ya, identificándolos muchos nombres de flores, árboles y plantas. Mi madre, andaluza contagiada del amor popular por los jardines y los balcones colgados de macetas me lo enseñó. Y de ahí partió mi gran pasión y curiosidad por ellos".
Es insólito que un poeta o un escritor español se enorgullezcan de conocer y amar aves, flores y plantas. José María Álvarez autor de una antología sobre los ruiseñores en la poesía inglesa, achacaba en una entrevista, esta indiferencia a que esas avecillas eran un motivo demasiado delicado para nuestro gusto.
Pero en todo caso, ¿es posible amar lo que no se conoce? ¿Cómo puede emerger un poeta que ha respirado una cultura impregnada hasta sus raíces más profundas de una religión que destruyó cualquier atisbo de rito pagano ya fuese al árbol o sus propias corrientes conectadas con el cosmos y la Naturaleza -temiendo rozar el panteísmo- para crear un desierto de sensibilidad hacia todo lo que no fueran estrictamente sus imágenes y ritos?
¿Cómo superar la estéril distinción entre vida física y vida intelectual? Esa ficción de un mundo mental al margen de un cuerpo que se sumerge en la vida, que acude a un paisaje a vivir el cambio de las estaciones, el olor de las plantas soleadas, la textura del agua, los trinos en el aire gélido o el cantar nocturno del grillo, los cambios de plumaje en los polluelos. La necesidad de una experiencia sensorial más completa que la vista. Tenemos botánicos, entomólogos, ornitólogos; número de huevos por puesta, cuantificadas las poblaciones, la distancia de sus migraciones pero necesitamos ante la Naturaleza el asombro, la admiración y la emoción: se necesitan poetas.
En una reunión de editores sobre el género de Naturaleza Escrita que tuvo lugar en la Biblioteca de Eugenio Trías, en el corazón del Parque del Retiro, se justificaba este páramo de escritura en español sobre árboles, plantas y vivencias en la Naturaleza a que nuestro medio natural aún no se había destruido y por tanto no era necesario loar lo desaparecido como ocurría en otros países o que nuestro mundo rural aún permanecía anclado -literariamente hablando- en el Pascual Duarte.
Estos días ha habido otra mala noticia, es probable que el escribano palustre desaparezca y no quedará rastro de su belleza en una novela o en un poema. Este pájaro sólo vive en España y Portugal. Quizá los portugueses tengan la suerte de poder sostener en sus manos algún poemario de simpatía y admiración por el escribano.
Para los poetas Alberti aún hay más dificultades. Es inútil volver a una supuesta sabiduría campesina para encontrar allí una fuente de conexión con la Naturaleza a través del conocimiento por amorosa contemplación. El gorrión fue objeto de una matanza masiva por parte del campesinado chino en un consenso parecido al de la tala de palmeras hasta su desaparición en la isla de Pascua por los polinesios.
La golondrina que consoló al Señor en su agonía ha tenido la suerte de figurar en nuestra tradición religiosa pero surge de nuevo, en tiempos de Internet y política agraria comunitaria, una atávica y delirante persecución del lobo. Abrir un periódico y leer a ganaderos, políticos y escopeteros pidiendo cuotas de exterminio sume a cualquier persona de bien en la perplejidad.
Mientras, en nuestras ciudades gigantescas, hay ya más perros que niños, se forman turnos para dar de comer a palomas y gatos, en los jardines botánicos se crean charcas para escuchar el croar de las ranas o se paga por acariciar animales. En 2016 SEO/BirdLife nombró al gorrión, pájaro del año porque abandonan nuestras ciudades y no sabemos qué hacer para que vuelvan.
Este texto pertenece a mi último libro publicado, La Salvaje belleza alada.
sábado, 10 de agosto de 2019
Temperatura, Jacqueline Roque - Museo Picasso, Buitrago de Lozoya
Maribel Orgaz - info@leerenmadrid.com
Quizá Jacqueline Roque, la segunda y última esposa de Pablo Picasso, haya sido la musa más retratada en la historia y un ejemplo de lo que Alice Munro, la Premio Nobel de literatura canadiense, definió como la obligación de toda mujer casada: "proporcionar a su cónyuge una imagen aumentada y mejorada de sí mismo". Las anécdotas sobre la abnegada Jacqueline parecen confirmarlo.
Sin embargo, en el Museo Picasso/Colección Eugenio Arias en Buitrago de Lozoya, puede encontrarse un detalle maravilloso. Ella, que a menudo posó leyendo, también se animó en alguna ocasión a escribir poemas y su marido, los imprimió e ilustró. Apenas seis pliegos de complicidad titulados Temperatura... y el nombre de él bajo el de ella.
Por su parte, Picasso también escribía versos cuando la conoció en 1952: "se puede escribir una pintura con palabras, del mismo modo que es posible pintar sensaciones con un poema", afirmó.
Quizá Jacqueline Roque, la segunda y última esposa de Pablo Picasso, haya sido la musa más retratada en la historia y un ejemplo de lo que Alice Munro, la Premio Nobel de literatura canadiense, definió como la obligación de toda mujer casada: "proporcionar a su cónyuge una imagen aumentada y mejorada de sí mismo". Las anécdotas sobre la abnegada Jacqueline parecen confirmarlo.
Sin embargo, en el Museo Picasso/Colección Eugenio Arias en Buitrago de Lozoya, puede encontrarse un detalle maravilloso. Ella, que a menudo posó leyendo, también se animó en alguna ocasión a escribir poemas y su marido, los imprimió e ilustró. Apenas seis pliegos de complicidad titulados Temperatura... y el nombre de él bajo el de ella.
Por su parte, Picasso también escribía versos cuando la conoció en 1952: "se puede escribir una pintura con palabras, del mismo modo que es posible pintar sensaciones con un poema", afirmó.
"Escribió poemas, con intensidad y casi a diario, en los años 1935 y 1936 y siguió haciéndolo, aunque con interrupciones, hasta 1959, fecha de su último poema conocido. Fruto de esa actividad hoy se conocen más de trescientos cincuenta poemas". +infoUna selección de ellos puede leerse aquí y el dato curioso de que, en una crisis de vocación, Pablo Picasso llegó a plantearse abandonar la pintura para cantar.
gota a
gota
vivaz
muere el
azul pálido
entre las garras
del verde almendra
en la escala
del rosa
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