Maribel Orgaz - info@leerenmadrid.com
"No soy de aquellos poetas", explicaba Rafael Alberti en el segundo tomo de sus memorias, " - existentes hoy más que antes- que confunden una amapola con una margarita, que no saben lo que es un gladiolo (...). Yo casi poco después de aprender a leer conocía ya, identificándolos muchos nombres de flores, árboles y plantas. Mi madre, andaluza contagiada del amor popular por los jardines y los balcones colgados de macetas me lo enseñó. Y de ahí partió mi gran pasión y curiosidad por ellos".
Es insólito que un poeta o un escritor español se enorgullezcan de conocer y amar aves, flores y plantas. José María Álvarez autor de una antología sobre los ruiseñores en la poesía inglesa, achacaba en una entrevista, esta indiferencia a que esas avecillas eran un motivo demasiado delicado para nuestro gusto.
Pero en todo caso, ¿es posible amar lo que no se conoce? ¿Cómo puede emerger un poeta que ha respirado una cultura impregnada hasta sus raíces más profundas de una religión que destruyó cualquier atisbo de rito pagano ya fuese al árbol o sus propias corrientes conectadas con el cosmos y la Naturaleza -temiendo rozar el panteísmo- para crear un desierto de sensibilidad hacia todo lo que no fueran estrictamente sus imágenes y ritos?
¿Cómo superar la estéril distinción entre vida física y vida intelectual? Esa ficción de un mundo mental al margen de un cuerpo que se sumerge en la vida, que acude a un paisaje a vivir el cambio de las estaciones, el olor de las plantas soleadas, la textura del agua, los trinos en el aire gélido o el cantar nocturno del grillo, los cambios de plumaje en los polluelos. La necesidad de una experiencia sensorial más completa que la vista. Tenemos botánicos, entomólogos, ornitólogos; número de huevos por puesta, cuantificadas las poblaciones, la distancia de sus migraciones pero necesitamos ante la Naturaleza el asombro, la admiración y la emoción: se necesitan poetas.
En una reunión de editores sobre el género de Naturaleza Escrita que tuvo lugar en la Biblioteca de Eugenio Trías, en el corazón del Parque del Retiro, se justificaba este páramo de escritura en español sobre árboles, plantas y vivencias en la Naturaleza a que nuestro medio natural aún no se había destruido y por tanto no era necesario loar lo desaparecido como ocurría en otros países o que nuestro mundo rural aún permanecía anclado -literariamente hablando- en el Pascual Duarte.
Estos días ha habido otra mala noticia, es probable que el escribano palustre desaparezca y no quedará rastro de su belleza en una novela o en un poema. Este pájaro sólo vive en España y Portugal. Quizá los portugueses tengan la suerte de poder sostener en sus manos algún poemario de simpatía y admiración por el escribano.
Para los poetas Alberti aún hay más dificultades. Es inútil volver a una supuesta sabiduría campesina para encontrar allí una fuente de conexión con la Naturaleza a través del conocimiento por amorosa contemplación. El gorrión fue objeto de una matanza masiva por parte del campesinado chino en un consenso parecido al de la tala de palmeras hasta su desaparición en la isla de Pascua por los polinesios.
La golondrina que consoló al Señor en su agonía ha tenido la suerte de figurar en nuestra tradición religiosa pero surge de nuevo, en tiempos de Internet y política agraria comunitaria, una atávica y delirante persecución del lobo. Abrir un periódico y leer a ganaderos, políticos y escopeteros pidiendo cuotas de exterminio sume a cualquier persona de bien en la perplejidad.
Mientras, en nuestras ciudades gigantescas, hay ya más perros que niños, se forman turnos para dar de comer a palomas y gatos, en los jardines botánicos se crean charcas para escuchar el croar de las ranas o se paga por acariciar animales. En 2016 SEO/BirdLife nombró al gorrión, pájaro del año porque abandonan nuestras ciudades y no sabemos qué hacer para que vuelvan.
Este texto pertenece a mi último libro publicado, La Salvaje belleza alada.
María Victoria Reyzabal: Es un excelente comentario y una triste realidad, en la que podemos hacer poco individualmente. En la época de la imagen nos estamos volviendo ciegos.
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