En 2010, la escritora y filósofa Azahara Alonso obtuvo una beca de estudios en Malta (en la isla de Gozo) y de todo lo vivido y anotado, nació un libro inclasificable. Una mezcla de reflexión, autobiografía, notas de viaje, citas literarias, todo ello descansado en una hermosa prosa poética. Gozo (Ed. Salamandra) que así lo tituló podría incluirse en ese cajón para todo en el que se ha convertido la autoficción.
Tres hilos vertebran esta obra: el trabajo, el turismo y la prisa. Y alrededor de ellos, las vacaciones, la precariedad laboral, la imposición de un movimiento constante de un lugar a otro, las colas, la pereza. Y una meta personal: ser improductiva, ser un renegado. "Mi vocación es comprar tiempo con dinero para eso casi cualquier trabajo es bueno, lo importante es no encariñarse con él".
"Cuándo", se pregunta Azahara Alonso "comenzamos a vivir deseando más de lo que podemos permitirnos (...) lo que nos hace perseverar, esforzarnos y creernos que es bueno". Cuándo compramos el derecho a la pereza para no llevarlo a la práctica.
Malta y sus islas de apenas cuatrocientos mil habitantes que reciben casi tres millones de turistas cada año que los isleños conocen y clasifican de un vistazo, detalla la escritora, tiene como primer problema disponer de agua dulce. Disponer de lo más básico. De todo lo demás hay en abundancia: hiperactividad, viajarismo y falta de imaginación para fabular un mundo sin trabajo inmerso en una turbulencia estructural.
En un determinado momento, la islita paradisíaca perdida en el mediterráneo se transforma en lugar cotidiano. Alonso tiene que trabajar, el dinero de la beca se agota y se da cuenta de que los isleños trabajan mucho y en varios empleos a la vez. Que son igual de hiperactivos que en cualquier gran ciudad, que sus dos o tres trabajos simultáneos no son para vivir, sino para darse caprichos.
Que nuestro modo de vida no entiende de geografías, "yo no soy lo que tengo, tampoco su reformulación. Soy lo que hago. Soy lo que trabajo: mi capacidad de esfuerzo, mi mérito, el tiempo que regalo a cambio de algo que nunca compensa".
"Cada vez que alguien se pregunta por la utilidad de su trabajo y por tanto parece, por el sentido de su vida".
Qué hacer cuando no se trabaja, se pregunta la autora, y la respuesta forma parte de lo que ha dado a este libro su encanto: "dejarnos llevar por cierta pereza, olvidarnos de producir. Aprender a pasear o mejor dicho, desaprender a andar con prisa". Es inevitable escuchar como eco de fondo la obra del filósofo coreano Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio.
Para quien un año sabático, ¿y de qué vas a vivir, de hacer pulseritas?, le responden burlones sus amigos; consiste en lograr no hacer nada, un lugar ideal de vacaciones debe decir, "nada que ver aquí". Y Alonso propone las ideas del sociólogo Rodolphe Christin como respuesta al frenesí de movimiento en el que vivimos inmersos: crear a escala vecinal las huellas de una vida cotidiana alegre y llevadera, con el fin de habitar espacios en donde sea agradable vivir y en donde no solo busquemos estar de paso. "Esto es la vía para la territorialización del tiempo libre".
El cepo se cierra sobre nosotros con la prisa que no es de las ciudades es una organización sistemática "que interiorizamos y que me llevé como una nube negra sobre mi cabeza".
En 1985, Bob Black escribió un panfleto, La abolición del trabajo ,un ataque frontal al trabajo, que es la fuente de casi toda la miseria humana existente en el mundo "o de vivir en un mundo diseñado para el trabajo". Para dejar de sufrir, escribe Bob Black, tenemos que dejar de trabajar. Black propuso crear una forma de vida basada en el juego, una revolución lúdica. Un nuevo modelo basado en la diversión, la creatividad y la realización de tareas consentidas por parte del individuo, sin perder de vista la organización comunitaria, a fin de recuperar la humanidad del sistema.
“El Gozo, digo yo”. Azahara Alonso.