sábado, 13 de mayo de 2023

Ser poeta es una manera de estar en el mundo - José Ramón Ayllón Guerrero, Pacific Grove

 

José Ramón Ayllón Guerrero desarrolla una labor poética que crece año a año y que ha sido reconocida con diferentes galardones. Su poemario Mástil de nubes obtuvo el Accésit Premio Barro, 1981; Donde la piel no llega, el Premio Juan Bernier 1992; por su parte, Climogramas de estación emocional fue premiado con el  Miguel Labordeta, 2016. Ese mismo año, recibió el Pepa Cantarero por Geografía ausente y al año siguiente, de nuevo su labor poética fue reconocida con el Premio Águila 2017 por Con las raíces vueltas hacia arriba. En 2020 añadió a sus premios el Blas de Otero de Majadahonda con Arrecife de sombras. José Ramón Ayllón Guerrero es también autor de A caballo entre cáncer y regaliz de palo (Ediciones Oblicuas, 2017), Donde la piel no llega (Los Libros del Gato Negro, 2020) una reedición ampliada del anteriormente mencionado con el mismo título, y ha escrito además dos novelas, Castillo de tierra y Castillo de fuego. Ha participado en diferentes Festivales de Poesía e IMÁN publicó una antología de toda su obra en su número de junio de 2018. Su última obra, Pacific Grove es un poemario sobre sus viajes por Estados Unidos, una tierra a la que está ligado de manera personal. Su página web, y no es habitual, recoge toda la información sobre su escritura, lo que para cualquier lector que quiera profundizar en su obra es de consulta obligada.


La poesía es un quehacer, por así decir, de toda tu vida. ¿Cuál es tu evolución como poeta?

Crecer y madurar en el intento de ser cada vez mejor persona es también el quehacer de la vida, ¿no? Supongo que mi trabajo como poeta va íntimamente ligado a esa premisa, en cuanto a que ese crecimiento vital se traduce, quieras o no, en lo que escribo. Al margen de eso, y reafirmando los elementos que mencionas en tu pregunta, creo que quizá también he ido conquistando con el tiempo nuevos caminos a nivel formal a la hora de enfrentarme al poema.

Con eso y todo, de la misma manera que el poema acaba finalmente cobrando vida cuando llega a los ojos del lector, creo que es posiblemente el lector el que tiene más herramientas objetivas para poder analizar la evolución que haya podido tener mi obra.   


Pacific Grove es un poemario surgido de un nuevo viaje a EEUU. ¿Cuál es la América de José Ramón Ayllón Guerrero?

Curiosamente, y a pesar de que esa América de la que hablas ha formado quieras o no parte de nuestro imaginario colectivo, gracias fundamentalmente al cine, nunca EE.UU. entró cuando era joven en objetivo a descubrir, y siempre me llamaron muchísimo más la atención otros países y otras culturas a la hora de viajar.

Llegué a EE.UU. porque por puro azar la vida me lo puso en el camino. Me encontré ni más ni menos con que realmente es como lo vemos en el cine, pero a lo grande: espacios infinitos, desiertos frente a montañas nevadas; carreteras inacabables y a veces solitarias, donde el paisaje y la música sonando en el coche —cómo entiendes de hecho en esas circunstancias la música country, por ejemplo— son tus únicos acompañantes; megalópolis donde el espíritu americano propiamente dicho desaparece junto a ciudades que son ya la América profunda; el sabor del legado de los indios, de la conquista, de las gestas no tan lejanas de tener que construir un país; el puritanismo, la diplomacia como valor comunicativo en las relaciones personales o esa necesidad de tener que llenar con la espiritualidad no sé bien qué tipo de vacíos, nunca en España curiosamente me he visto en un supermercado hablando de Dios… Todo eso hizo que, por una parte, me reafirmara en la idea preconcebida de que me resultaría muy difícil vivir allí, pero, a su vez, me permitió acuñar la frase que sirve casi como prólogo a Pacific Grove de que la tierra es inocente. Desde ahí, después de todos esos viajes que mencionas, no me canso de recomendar a mis amigos que, si tienen ocasión, se permitan el lujo de conocer esa América.


Si la poesía es intensidad, ritmo y voz. En tu opinión, ¿qué es la Voz?

La voz es ni más ni menos ese algo que no está desconectado de los otros elementos que mencionas y que te permite reconocer a un autor cuando lo lees. En ningún momento, por consiguiente, estoy hablando de palabra solo, como quizá se podría malinterpretar. El vocabulario, el ritmo, el uso de unas determinas imágenes poéticas con mejor o peor fortuna, el tono, la métrica, la rima o no rima, la intención, la sensibilidad, la forma de abordar un determinado tema es lo que entiendo como voz.

Volviendo al cine y tomándolo como ejemplo que me puede ayudar a explicarlo, de la misma manera que el plano y la secuencia son los signos que permiten construir una película y son los que acaban definiéndola, todos esos elementos que te he enumerado antes vendrían a ser en poesía los signos que nos llevan a escribir un poemario. Con un mismo tema y, si me apuras, con un mismo guion, podríamos pues filmar/escribir tropecientas películas/libros de poemas abismalmente diferentes en función de la voz del autor.


¿Cuál es la principal dificultad para desarrollar una labor poética?

En mi opinión, la principal dificultad es dar salida a tu obra en condiciones dignas y equitativas —no aspiro ya a hablar de que te permitan vivir de tu trabajo, mucho menos si estamos hablando de poesía.

Hemos acabado conformando una sociedad en la que la cultura no es un valor mientras que paralelamente la fama está sobrevalorada; en la que el espíritu crítico y la dialéctica brillan por su ausencia; una sociedad que, a su vez, se ve engullida y a la merced de lo que dicten las redes sociales.

Todo eso amplifica la cada vez mayor proliferación de noticias falsas, por ejemplo, o de productos cuyo principal mérito es cosechar miles de likes en cualquier foro, independientemente de su valor real que no cifro, por supuesto, en la afinidad que puedas encontrar con un autor, sino en la como mínimo seriedad y coherencia de su trabajo. Todo forma parte de lo mismo y da igual que estemos hablando de política que de literatura o de cualquier otro fenómeno.

Por una parte, entonces, tienes como muchísimos más altavoces para hacerte oír, pero que son altavoces en los que todo vale y en los que ya ni se cuestiona si subir a diario un presumiblemente poema a esas redes es lo que te hace poeta, o fotógrafo el colgar tropecientas fotos en Instagram o Facebook. Pero esos muchos likes no dejan de ser paralelamente sinónimo del negocio que una editorial o una discográfica o una productora puede acabar haciendo con un determinado personaje.

Súmale los también presumibles sumos sacerdotes que crean tendencias y dictan su incuestionable veredicto en esos círculos —que no dejan de ser muy endogámicos— y súmale que hoy en día te puedes sencillamente autoeditar o colaborar económicamente con una editorial para que te publique, sin que ello comporte necesariamente un listón de mínimos. Para bien y para mal, el panorama es ese.

Salvando, pues, afortunados, honrosos e incuestionables nombres que son los que posiblemente en el futuro quedarán como firme rúbrica de la época que nos ha tocado vivir, me viene muchas veces a la cabeza el dicho popular de que vale más caer en gracia que ser gracioso.



Afirmas que un poeta es un pornógrafo emocional, pero dónde está el límite entre el narcisismo y el mostrar una visión desde el mundo interior.

A ver, yo he afirmado en ocasiones que creo que mi poesía es pornografía emocional porque, casi en su totalidad, parte de vivencias íntimas, pero para nada afirmo que todo poeta tenga que serlo ni me considero poéticamente un narcisista. Igual cualquier día mis posibles lectores me tachan como tal y me da un medio infarto. Sí que me reafirmo en que ser poeta es una manera de estar en el mundo, de mirar, de relacionarte y que eso va mucho más allá de que luego puedas o no escribir versos.

Soy una persona más navegando como tantos por todos los gozos, penas y problemas que nos va regalando la vida y, como tal, presupongo que comparto con una inmensa mayoría las mismas preocupaciones, curiosidades, dolores de cabeza, emociones y sentimientos, más allá de la necesidad o capacidad que pueda tener luego para expresar todas esas cosas, de la misma manera que otra gente tiene capacidades que a mí me serían imposibles de desarrollar.

Hurgar en ese mundo interior del que hablas no deja de ser, pues, hurgar en el de mucha gente. Para mí es importante, al margen de la consabida responsabilidad que comporta un trabajo, intentar conectar de la manera más sincera con esa íntima experiencia personal que, de alguna manera, considero universal y que, por consiguiente, puede ser sentida y compartida por muchísimos lectores. Aquello que considero íntimo e intransferible se queda en el tintero. No veo, por lo tanto, el narcisismo.


En tu opinión, qué poeta está infravalorado.

Tu pregunta me lleva a todo lo que te he comentado hace un momento al abordar la sociedad en la que nos movemos, que no deja de ser una opinión personal y debatible. Hablaba entonces, entre otras muchas cosas, de capacidades y ni me considero, objetivamente hablando, cualificado para hacer una lista ni soy el tipo de persona que la haría porque, entre otras cosas, correría el riesgo de dejarme en el tintero a alguien.

Dejémoslo entonces en que, desde luego, sí creo que hay muchísimos artistas —no sólo poetas— que se merecerían ser reconocidos tanto o más que algunos de los nombres propios que, por una u otra razón, acumulan titulares. Te lo digo yo que, después de todo, me visibilicé hace poquísimo y que tampoco formo parte activa de ese mundillo, pero me temo que es una opinión que sería compartida por mucha gente, aun cuando luego los nombres bailaran por cuestiones de análisis subjetivo.



                                                                            Las Vegas 

Suenan las tragaperras
y el whisky se derrama sobre el fingido gesto
que sepulta una raya de ansiedad permanente
y el contacto metálico en la espalda
de una pistola virgen.
Cien mil televisores multiplican
por columnas de vidrio
noticias repetidas y el mismo sonsonete
que acompaña la ausencia de las horas,
como si el mundo fuera la secuencia
de un tiempo detenido sobre el tapete verde,
donde la noche alienta la magia de los números,
y todas las pupilas contemplaran
un difuso paisaje de montañas de plástico.
La fiebre del desierto descarrila en los tubos
de aire acondicionado. Ni una sola rendija
para albergar los cables maltrechos de otra infancia.
Fugaz cortocircuito
de tabernas y viejos futbolines,
de tómbolas e imberbes humedades
vertidas en los pozos del insomnio,
de colillas lamiéndonos el pecho
aún adolescente. Fuera, en el bulevar,
un cortejo de coches de colores
evoca por segundos
el festivo compás de una charanga.


Pacific Grove
 José Ramón Ayllón Guerrero
Editorial Cuadernos del Laberinto



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