jueves, 12 de marzo de 2020

Narciso de poeta - Puerto de Canencia, Parque Nacional Sierra de Guadarrama


La Naturaleza, a veces, tiene prisa. Y estos primeros días primaverales vibra en frenesí. En Madrid hay dos tipos de ritmos estacionales: el de las especies cultivadas en parques y jardines y el de las áreas naturales. Dejar una población es abandonar los prunos espléndidos, los sauces reverdecidos y las mimosas y glicinas florecidas cuando tienen que hacerlo que para eso fueron seleccionadas y cruzadas como variedades ornamentales.

Entonces, hay que salir a buscar lo que ha conseguido salvarse de esta enorme ciudad.

En el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, en el Pastizal de Collado Hermoso, en el Puerto de Canencia, a unos diez minutos de Miraflores de la Sierra, los prados están llenos de narcisos. Quizá porque cuando ellos aparecen sabemos que el invierno ha sido por fin dejado atrás, tiene esta flor tantos nombres y todos bellísimos. Alfombran los prados, este año un poco más secos de lo habitual en una explosión de color abrumadora. A lo lejos, en el arroyuelo, ¡en marzo! y estamos a más de mil quinientos metros de altitud cantan ya decenas de ranas. Esas que no deberían despertar hasta bien entrado abril.

Quizá sea cierto que este puerto fuera zona de osos que hace siglos los señores cazaban con pequeños perros, de ahí can-encia; pero estos días, perfumando el aire los grandes troncos de la entresaca de pinos, con los pinzones cantando entusiastas, los veloces verdecillos y tantas mariposas; todo está entregado a la vida y al buen tiempo. Manan las fuentes y las vacas aún no han subido de las dehesas. El suelo está lleno de montones de tierra que los topillos levantan mientras que las cornejas gritan traviesas a lo lejos.

Y además, este texto que pertenece a mi libro, La salvaje belleza alada. 


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