Ahí fuera, el regocijo tiene un horario preciso, de 6 a 18h. Comienzan los mirlos que han sido capaces de adaptarse a cualquier sitio: desde jardines a zonas de arbustos silvestres y acaba el ganado que antes de echarse a rumiar anda de acá para allá haciendo sonar sus cencerros, esas campanas toscas que avisan al ganadero por dónde pace. En esas doce horas ocurre todo.
El camino que cruza el río Samburiel en Manzanares el Real es uno de los paseos más hermosos del parque nacional que Madrid decidió regalarse. A la izquierda. el castillo; a sus pies el embalse de Santillana en el que gaviotas y patos remolonean estos días mientras que las carpas despiertan porque el agua ha comenzado a calentarse. A la derecha, un monte de encina, jara y endrino. Hay mucho más pero con esto es suficiente para entrar en conversación con este paisaje del que es imposible cansarse.
Esta tierra discutida, como les gusta recordar a sus cronistas, entre segovianos y madrileños era un manzanal en tiempo de Felipe II y con ese nombre se ha quedado. Ahora, en este marzo que mayea, todo se ha despertado como si no hubiera un después. Es el momento, y el endrino se ha llenado de flores blancas perfumando cada recodo con un olor dulce que sólo la jara podría ocultar. Pero ella espera el calor, al igual que la flor de lis, el agua.
Aunque quizá, nada sea más anhelado que contemplar el cortejo del somormujo lavanco... ¿y el canto del ruiseñor en las noches de mayo?, ¿y las luciérnagas brillar en la oscuridad nocturna del verano?
Este texto pertenece a mi libro, La salvaje belleza alada.
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