Virginia Baudino García - virbaudino@hotmail.com
Con los años me he ido convirtiendo en una lectora práctica, si es que a la lectura se le puede atribuir algún tipo de
practicidad. Decir de ella por ejemplo, es más liviana, o más directa o fácil
de llevar, tiene las cantidades exactas, pesa poco o combina con todo. O, aún
más, es un buen manual de vida, una hoja de ruta, un mapa, una cartografía del
vivir….si es que hay una cartografía del vivir, un buen manual de vida o una hoja
de ruta.
Me he vuelto práctica porque soy en toda regla, una mala
lectora: empiezo los libros por los finales, salto páginas, paso de aquí para
allá, hago anotaciones en los bordes, abandono sin ton ni son si el libro no me
atrapa, me aburro mucho, a veces (muy raras ¡ja!) me sumerjo en lecturas poco
recomendables y hasta bochornosas, y no me gustan nada de nada los entendidos
en la materia. Dicen que los años no vienen en vano, y con ellos a cuestas, he
desarrollado un cierto gusto por la literatura hecha por mujeres, por los
libros más chiquitos, por escapar de la academia y por la poesía.
El exilio presenta escenarios y geografías extraños. Ser extranjera nos lanza a una búsqueda infinita de apoyos más allá incluso de
la propia lengua. En esa exploración de la extranjería hace unos años me di de
bruces con un grupo de poetas argentinos, todos residentes en París, que me
cautivaron al instante. Juana Bignozzi, Arnaldo Calveyra, Silvia Baron
Superville y Luisa Futoransky son algunos de ellos. Es curioso, nuevamente,
que este grupo haya estado compuesto mayoritariamente por mujeres.
¡Qué poetas! Aunque en el caso de Luisa Futoransky, le
gustara llamarse a sí misma escritora. Como todos ellos, parece ser que la
argentinidad genera algún tipo indiscriminado de curiosidad intelectual, claro
que con resultados diversos y no siempre alentadores. Pero en el caso de este
grupo de escritoras, al que también frecuentaba Alejandra Pizarnik y Julio
Cortázar – entre otros -, la calidad de su obra supera con creces todo abuso
por parte de otros personajes menos dotados. Poco conocidos y difundidos en su
propio país, debido a su exilio, su escritura es de una profundidad y calidad
que me ha dejado boquiabierta la mayoría de las veces.
Luisa Futoransky |
Luisa Futoransky, una de las voces más originales de la
poesía contemporánea argentina, escribe por capas ya que se considera una
exploradora infatigable de la palabra y una extranjera: “en el camino de estas páginas dejé mi noche, mis bodas: desde la
constelación de la Cruz del Sur donde nací, a este cielo sin atenuantes, a
veces rutilante, de Paris la nuit, ¡cuántas ruinas!”[Lunas de miel]. Estudió
con Borges y fue muy amiga de Pizarnik. Habría que haber estado a la altura, y
Futuronsky ha dado la talla.
Mujer de carácter y viajera incansable, vivió en diferentes
países como Japón, China y Francia, aparte de su Argentina natal y realizó todo
tipo de trabajos. Su lectura es ágil, irónica, con humor, sin demasiados
dramatismos, aunque el vivir entre dos siglos la haya hecho presenciar
importantes acontecimientos históricos sin por ello convertirse en una
fatalista. Dijo en una entrevista que en su vida ha conocido muchos
sinsabores, pero no "grandísimas tragedias”, y esa manera de ver la vida y de
vivirla se transmite en su escritura. Y
su humor, clave indispensable, según ella, para entender el mundo.
Dijo que “Argentina está presente en forma permanente en mi
vida porque vivo, me expreso, sueño en el idioma de los argentinos, al menos es
el idioma que configuró mi existencia.” Y entonces pude empezar a respirar
tranquila.
Leerla, como a las otras escritoras, me ha permitido
encontrar un puerto en el que identificarme en mi extranjería, en mi exilio, en
mi idioma, en mi humor. Su escritura me ha ofrecido esos sostenes que te
permiten mantenerte en pie cuando el viento arrecia y la tormenta se bate, sin
perder el sentido del humor. Al fin y al cabo…
Soy de otra parte, otro
cuerpo, otro golfo
para que me entiendan
para que no me
entiendan demasiado
por atajos y
digresiones
escribo.
A mano limpia. A campo
traviesa. [Prender
de gajo]
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