jueves, 20 de diciembre de 2018

Mide tus fuerzas por tus intenciones - Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński por Amelia Serraller Calvo - Amargord Ediciones

Maribel Orgaz - info@leerenmadrid.com
Amelia Serraller Calvo, eslavista y traductora, acaba de publicar, Cenizas y fuego en Amargord Ediciones, un recorrido por la vida y obra de uno de los más grandes periodistas de todos los tiempos, el polaco Ryszard Kapuściński.  Aunque esta profesión fue sólo una de las facetas de una personalidad fascinante: "escritor, reportero de guerra... un todoterreno, con una gran capacidad de adaptación y de reinventarse a sí mismo". Kapuściński también ejerció como profesor universitario y en sus comienzos fue deportista e incluso intentó escribir poesía. Distinguido en 2003 con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, su escritura y rigor profesional siguen siendo modelos para narrar sin cinismo lo que acontece en el mundo.

Quién fue  Ryszard Kapuściński.

Amelia Serraller Calvo, eslavista y traductora -  Un todorreno, un hombre entusiasta, de una enorme capacidad de trabajo que empezó casi como chico de los recados en la redacción y que evolucionó, reinventándose a sí mismo cuando fue necesario, aunque siempre coherente con sus ideas. Cuando en los años 80 se le prohibe salir del país, porque hay que tener en cuenta que él desarrolla la mayor parte de su carrera durante la Guerra Fría, hace exposiciones con sus fotografías, debuta como poeta y escribe ensayos.

Quizá sea más conocido por el gran público como un excepcional reportero de guerra. Entonces, cómo se cuenta una guerra según Kapuściński.   

Él dice que no se puede. Que una guerra es tan traumática que sólo lo saben quienes la sufren: "una realidad sólo para aquellos que están apresados en su interior sangriento, sucio y repugnante" que para los que están fuera sólo son páginas de un libro o imágenes en una pantalla.  

Aunque como periodista él da unas pautas: ir al lugar de los hechos, leer sobre ese país, no limitarse a una sola fuente o una sola ciudad, viajar dentro de la zona de conflicto. Él era historiador y aprendía los idiomas de los países en los que tenía que trabajar: aprendió español a marchas forzadas para cubrir América Latina, y abandonó Brasil, país del que apenas escribió, porque no consiguió dominar el portugués. Hablaba fluidamente polaco, ruso, inglés, español y tenía nociones de más idiomas.

Para muchos estudiosos de su obra, su condición de niño de la guerra es la clave que explica su identificación con los que sufren, los olvidados, y su capacidad de adaptación a las peores situaciones.

De hecho, Un día más con vida mereció la crítica entusiasta del escritor Salman Rushdie, quien afirmó lo siguiente: “Su excepcional combinación de periodismo y arte nos permite sentirnos muy de cerca de lo que el propio Kapuściński denomina imposible la inexpresable imagen de la guerra”.


Qué enseña Ryszard Kapuściński a los nuevos profesionales que ejercen su trabajo en un entorno de redes sociales, inmediatez absoluta y escasez atroz de medios.

El valor de la preparación en forma de lecturas: "por cada página escrita hay que haber leído 100 antes"; la importancia de trasladarse al lugar de los hechos, ya que como él solía decir "la verdad está tras el campo minado".

En cuanto a los medios, Kapuściński tampoco los tuvo cuando ejercía su oficio. Se enfrentó a tareas poco menos que irrealizables, como cubrir en solitario toda África en pleno proceso de descolonización. Él solía hacer suya aquella frase del poeta romántico polaco Adam Mickiewicz: "mide tus fuerzas por tus intenciones... y nunca al revés".

En cierta forma, afirmas que nunca abandóno África, aunque allí fue donde casi perdió la vida. 

Sí, es cierto. Enfermó de malaria cerebral y se trató en hospitales africanos. Tuvo otros destinos antes como China pero la barrera del idioma le impidió sumergirse como él se auto-exigía en la cultura del país.

África siempre estuvo presente a lo largo de toda su vida. Cuando en Polonia crece el interés por libros que hablan de las luchas de América Latina, él se las arregla para introducir capítulos o referencias africanas. Por ejemplo, cuando establece las conexiones entre Cuba y Angola, a través del envío de tropas cubanas para apoyar su independencia.

Él tenía un aprecio especial a su libro sobre Angola, que desde el punto de vista literario, está admirablemente estructurado, como una tragedia griega en tres actos y escrito con una prosa ágil y vibrante. Quiso ganar lectores también para África.

Una vida tan longeva como la suya, con tantas experiencias, tantos viajes, tantos libros. ¿Cuáles fueron sus grandes hitos, su evolución personal y profesional? 

Hay que tener en cuenta que él comenzó a trabajar en plena Guerra Fría. Tuvo grandes esperanzas en el comunismo y cuando cubre América Latina, y es significativo mencionar que aprendió español leyendo el Diario del Che Guevara, entrevista a muchos guerrilleros anónimos porque cree que allí sí podría haber un comunismo justo. Pero se decepciona con estas realidades y deja de escribir de los movimientos armados desde un punto de vista, por así decir, idealizado.


Entonces se vuelca en estudiar los mecanismos del poder, El Sha ( ایران  ) o El Emperador, y cómo es posible que reyezuelos o sátrapas medievales alcancen el poder con el apoyo o complicidad de las poblaciones. Aunque al final éstas se rebelen.

En línea con su trayectoria de vida, hay otro gran cambio y es que cuando cae el gobierno comunista en Polonia, se ve él mismo inmerso, implicado emocionalmente y aquí aborda los conflictos en una mezcla de ensayo y biografía, con el enfoque que le da la Antropología. Él siempre fue un lector compulsivo y ahora se interesa por lo que puede aportar a su reflexión esta materia; pero sin perder su mirada humanista.


De ahí su suspicacia con el término objetividad en periodismo.

Él no era amigo de la obsesión anglosajona por los fact checkers y el dato frío. Afirmaba que este periodismo no explica ni indaga, se queda en la superficie. Los datos, decía Kapuściński  no pueden transmitir una guerra y según él, este tipo de periodismo está vendido frente a la fuerza de una imagen. La gente olvida los conflictos transmitidos con objetividad fría.

Abordó este problema en uno de sus libros más polémicos, Los cínicos no sirven para este oficio y en una entrevista que le hizo Llátzer Moix en 1989, para La Vanguardia: "son conceptos distintos. Para mí el periodismo consiste en, por un lado, buscar la información directamente donde se producen los conflictos y, por otra, en una buena preparación. Si no sabes nada no puedes ser objetivo. (…) Desgraciadamente, creo que son pocos los periodistas que afrontan su profesión así, como si se tratara de un reto científico".


Volviendo al tema de África, que sigue fascinando a muchos de sus lectores y admiradores porque él no trabajaba para grandes medios que pudieran hacerle una vida agradable en un entorno exótico. 

En absoluto. Trabajó allí con grandes carencias que quizá por su infancia de pobreza, no le parecieron extrañas y en cierta forma, eran experiencias similares a la vida del africano común y corriente. En este sentido, fue capaz de establecer conexiones entre África y sus otros destinos: América Latina, la URSS o Irán, e incluso la Polonia de su tiempo.

Hay que tener en cuenta que entonces, África era una gran prueba. La mayoría de los viajeros y reporteros morían allí o la vuelta como le ocurrió a su admirado Kazimierz Nowak, un aventurero por cierto, también fascinante.

En África enfermó gravemente y estuvo a punto de morir pero se convirtió en una geografía a la que volvió toda su vida.

Cenizas y fuego. Crónicas de  Ryszard Kapuscinski
Amelia Serraller Calvo 
Amargord Ediciones. 

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