En la educación de una joven de buena familia del Siglo XIX en España, apenas había algo más que las letras, coser, catecismo, algo de francés y piano. Nada que sirviera para ganarse la vida, nada más allá de un barniz de adorno.
Así que, las hermanas de Galdós recibieron lo típico, incluidas las lecciones de piano con un profesor particular y, aunque los biógrafos no se ponen de acuerdo en cómo el escritor adquirió sus destrezas musicales, parece que fue en casa en donde tuvo una primera oportunidad de aprender música. Quizá con clases directas del profesor de las hermanas o sólo escuchando. Después, según Pedro Schlueter, autor de Galdós y la música, también recibió clases en el colegio de lo agustinos al que asistía en Las Palmas de Gran Canaria.
Galdós vino a Madrid a estudiar Derecho con apenas veinte años y este amor a la música, que el escritor Muñoz Molina señala como absolutamente singular en los escritores españoles, fructificó en dos posibilidades maravillosas: mientras que sus compañeros reunían dinero para ir a los toros, él lo hacía para ir al Teatro Real y pronto se convirtió en crítico musical en algunos periódicos (gratis, como no se cansaba de señalar el joven canario). La segunda fue que esta sensibilidad musical le permitió, a alguien que vendría impregnado de la entonación y vocablos propios de las islas, captar el habla madrileña en apenas unos meses. Además de artículos sobre estrenos y conciertos en el Real, escribía escenas de costumbres y crónicas de la ciudad.
En la documentación que ha reunido Schlueter, figuran invitaciones a veladas musicales en las que él mismo, interpretaba algunas piezas: "espero que venga usted a nuestras reuniones en donde descuartizamos con alevosía a Beethoven y a Mozart"
En Memorias de un desmemoriado (1915) que escribió sin demasiado interés y que a cualquier lector le parecen demasiado escuetas, se enorgullecía, sin embargo, de ser capaz, en sus últimos días, de poder interpretar al piano a Beethoven.
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