lunes, 14 de enero de 2019

Científicas de José Manuel Lechado por María Victoria Reyzabal

María Victoria Reyzabal - escritora y poeta.
Si realmente queremos cambiar la realidad de las mujeres, no parece suficiente que cada tanto algunas salgan, sensibles y comprometidas con su situación, en manifestaciones o protestas. Esa es una parte nada desdeñable de la batalla que hay que seguir librando, pero otra, tal vez más minoritaria pero también más permanente y menos espontánea, consiste en rastrear la historia, destacando las marginaciones, postergaciones y desmanes que se han ejercido sobre ellas, sin el más mínimo cargo de conciencia, ya que la costumbre, la iglesia, la familia, las leyes y hasta la ciencia lo ratificaban.

Por eso, pasado el asombro primitivo de que del cuerpo femenino salieran otros seres humanos -algunos incluso varones-, lo que explica la existencia de tantas estatuillas femeninas, tal vez como diosas de la fertilidad o equivalentes, enseguida los grupos humanos se organizaron en sistemas patriarcales en los que ellas solo eran siervas de sus intereses y caprichos; los posteriores avances sociales solo lo fueron para ellos y así llegamos al siglo XX con pequeñas conquistas, por eso ahora la lucha debe darse, ya en el siglo XXI, en todas y cada una de las capas de actividad social, familiar o personal, aunque en pueblos como los sirionós de Bolivia, olvidados de cómo se puede encender fuego, sean ellas quienes deban mantener encendidas las ascuas para hacerlo (según recoge en la cita el autor de esta obra).


Hoy resulta difícil de creer para personas despreocupadas en estos asuntos, que hombres sabios, justos en otras cuestiones y tolerantes, no consintieran ni concibieran la existencia de capacidades equivalentes en las mujeres, incluso que menospreciaran el posible talento filosófico, artístico, médico, etc., en sus madres, esposas e hijas y que las condenaran a no tener derecho a opinar, estudiar, elegir marido, firmar sus obras, votar. Las exigencias que las religiones monoteístas han tenido sobre las mujeres, las atrocidades que ha cometido la medicina en sus diversas especialidades con ellas, las injusticias sociales a las que se han visto sometidas por maridos despiadados, infieles y déspotas, apoyados por mandamientos religiosos y jurídicos, nos podrían hacer dudar de que estos seres hubieran tenido madre o hubieran sido padres de niñas; sin embargo, antes del amor familiar, antes que la razón, hasta ahora ha primado un ansia generalizada de poder, de dominio patriarcal sobre ellas.

Para denunciar y hacernos conscientes de lo que significó este genocidio social, familiar, individual, tanto en lo físico como en lo intelectual y hasta moral en referencia a las mujeres científicas, José Manuel Lechado nos relata las peripecias que estas sufrieron para poder estudiar, trabajar y hasta aportar sus descubrimientos, los cuales en muchos casos ni siquiera les fueron reconocidos, de ahí el subtítulo de la obra: Una historia, muchas injusticias

En el primer capítulo, Lechado hace un breve recorrido por los mitos, para enmarcar que ya en la época de su creación, el patriarcado, apoyándose en el deseo de los dioses, había colocado a las mujeres por detrás del hombre como débiles, como pecadoras, como inestables, como tentadoras, las cuales, además, poseían menos capacidad intelectual. Por todas estas razones, obviamente estas no tenían derecho a la educación y menos al acceso a la Universidad o Centros Superiores. Así, las primeras Facultades que las admitieron fueron estadounidenses, a partir de 1830; en Europa, ello no fue posible hasta 1863, en la de San Petersburgo y en Medicina, aunque pronto se canceló esta posibilidad; en Bélgica y Dinamarca no se consiguió hasta 1875 y recién en 1888 lo fue en Alemania y hasta en algunas sedes iberoamericanas. En España apenas fue posible por el 1870, pero únicamente con permiso especial del rey del momento, por lo que incluso en 1930, el rector de la de Salamanca se sorprendía negativamente al verlas por los pasillos.


Lo cierto es que en ningún caso la apertura fue generalizada sino para algunas carreras consideradas menores o dedicadas al cuidado de los demás, como Enfermería o Magisterio; lo difícil era entrar en las de Ciencias o Ingeniería, por ejemplo. Por eso, no es de extrañar que las dos primeras mujeres que entraron en la Royal Society lo hicieran en 1945: Kathleen Lonsdale y Marjorie Stephenson y que, en 2011, solo fueran el 3% en esta prestigiosa institución; en la Royal Astronomical Society no se las aceptó regularmente hasta 1915 y la primera presidenta lo fue entre 1994 y 1996; a su vez, en la Academia Francesa, la primera fue Marguerite Yourcenar en 1980, aunque la igualdad en estas y otras instituciones e, incluso, en la vida cotidiana, todavía no se ha equiparado, hasta ha retrocedido en algunos lugares y circunstancias.

Destacable fue la tarea médica, como se señala en estas páginas, de Trótula de Salerno, allá por el siglo XI o XII, gracias a la escuela existente en su ciudad, que, cosa excepcional, aceptaba mujeres (la Escuela Salernitiana creada en el siglo IX y que perduró hasta el XIX). Escribió dos libros que fueron usados como manuales durante siglos, defendió la higiene antes que Pasteur, la posibilidad increíble para la época de que la esterilidad podía provenir del hombre y propuso el uso de opiáceos para calmar los dolores del parto, aunque este, según la Biblia, debía realizarse con dolor, pero su nombre se borró de todos sus logros.


Ciertamente, resultaba difícil tanto para mujeres como para hombres, salirse de las doctrinas religiosas aun en los casos en que la razón estuviera de su lado, como le resultó a Galileo, diferente al de otra mujer excepcional como fue María Gaetana Agnesi (1718-1799), que nadó entre la razón y sus creencias místicas; ella recopiló todos los avances en cálculo diferencial e integral, descubriendo que diferenciación e integración eran operaciones complementarias. Pero María solo quería profesar como monja en un convento y fue su padre quien la obligó al estudio, dada su gran inteligencia, como imán destacado en sus reuniones.

El libro continúa destacando, ordenadas en diferentes apartados, una serie de mujeres olvidadas a lo largo de los años que anteceden al presente, desde la babilonia Enheduana, astrónoma del siglo XXIV a.C., a la griega Aspasia, pasando por Catalina II de Rusia y llegando a otras más recientes, pero no menos postergadas; por eso hay que leer este ensayo y difundir la labor de sus científicas en todos nuestros ambientes.

María Victoria Reyzabal es poeta y escritora.
                                                               Blog, Casandra ante el espejo


1 comentario:

  1. Muy interesante lo que resumes María Victoria. Parece muy documentado y escrito por un hombre! Que parece que nosotras siempre nos estamos quedando y compadeciendonos de nosotras mismas.

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