lunes, 23 de septiembre de 2019

Madrid, la ambición - Condesa de Pardo Bazán, escritora

Maribel Orgaz - info@leerenmadrid.com
Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa, Condesa de Pardo Bazán, vino al mundo en 1850. Por aquel entonces, las mujeres, ya fuesen aristócratas o lavanderas del Manzanares permanecían toda su vida bajo un amo. Ella fue afortunada y no sólo por nacer en un entorno privilegiado; para empezar, sus padres la querían, lo que significaba en su época y ahora, aceptar a los hijos como son y alentarles en su independencia. Esto último, en el caso de una mujer era singular.

Se la educó en lo habitual: francés, costura, piano: "mi potro de tortura", dijo ella; dibujo y montar a caballo. Era una estupenda amazona. La diferencia fue que quiso leer y se la permitió acceso libre a la biblioteca familiar. También tuvo algunos instructores privados pero su andamiaje intelectual fue autodidacta.

Su buena fortuna continuó cuando se casó a los dieciséis años con un abogado de diecinueve. Con él tuvo tres hijos, viajó y pudo escribir. En una palabra, la respetó. En el siglo XIX en España, todo era del marido: los hijos, la fortuna e incluso su persona. Si un hombre dejaba malherida a su esposa no tenía más que alegar que era infiel para que no le encausaran. Podía dilapidar todo en el juego, entregar los niños a quien quisiera e incluso ingresarla en un manicomio si su conducta no le gustaba.

Emilia era gallega pero la familia tenía casa en Madrid y viajaban frecuentemente. En sus viajes por Europa, mejoró el dominio del francés y del alemán y según parece, podía traducir del inglés.

En 1882 comenzó a publicar una serie de artículos acerca de la nueva corriente literaria que en Francia abanderaba Zola, el naturalismo. Los ataques a la escritora fueron miserables y su marido le instó a que dejara de escribir, para qué tenía que aguantar tanto insulto.

Emilia debió ver en esta crisis conyugal la oportunidad que ambicionaba. Se separaron y él se quedó a vivir en Galicia, mientras que ella se instaló definitivamente en Madrid. Esta ciudad fue la ambición. Su inteligente marido no reclamó a los hijos, no peleó ante la ley por despecho y durante toda su vida fue capaz de mantener una relación cordial con ella. Cuando él murió, ella le guardó luto un año.

En Madrid y libre ya para dedicarse a escribir, su madre se hizo cargo de la casa y los hijos. A su pazo de Galicia viajará ya solo como lugar de descanso.

En su piso de la calle San Bernardo número 24, dedicaba la mañana a escribir colgando un cartel en la puerta: "La señora no recibe" y a la una se bañaba y comenzaba la segunda parte del día, su vida social. A París se iba cuando estaba harta de tanto pacato, allí podía pasear sola mientras comía un cucurucho de patatas fritas que tanto la gustaban. En París, la dejaban en paz.

Fue la primera mujer en pertenecer al Ateneo, introdujo la literatura rusa en España porque la leía en francés, escribió en más de 85 periódicos y revistas, escribió novelas, ensayos, recetarios, cuentos, libros de viajes. Su capacidad de trabajo fue prodigiosa.

No daba escándalos, señalan sus biógrafos y se cuidó muy bien de meterse con la Iglesia. De sus relaciones, la más significativa fue la que mantuvo con el novelista Benito Pérez Galdós. Por primera vez, escribió Emilia, tuvo un compañero también en lo intelectual.

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