Alberto Martínez es un multipremiado escritor de relatos y también de novela: Las ruinas blancas fue galardonada en el XVI certamen «Santa Isabel de Aragón, reina de Portugal» y Trovas de fierro mereció el «Alfonso Sancho Sáez». De todos los elogios que ha recibido, el que más le ha gustado fue el de una lectora: "escribes como un ángel". Estos días presenta Un ciervo en la carretera, veinte relatos de épocas y personajes muy distintos. [11 de diciembre a las 19.30h en la librería Letras a la Taza de Tudela y el 16 de diciembre, a las 19.30h en Librería General de Zaragoza]
Un ciervo en la carretera es tu nuevo volumen de cuentos. ¿Qué tiene el cuento frente a la novela?
He de reconocer que en esta respuesta no puedo ser objetivo. Aunque ahora esté presentando Un ciervo en la carretera, una antología de relatos, yo siempre me he reconocido como novelista. Tengo dos novelas editadas y otras dos a media acabar. Eso no quiere decir que reniegue de los relatos. Al contrario, escribir obras más breves, de ocho o diez páginas (e incluso últimamente bastante menos) me ha permitido probar recursos estilísticos que luego he desarrollado en las novelas. Para mí los relatos han sido una especie de laboratorio de ideas.
No soy de los que creen que escribir dos páginas sea más difícil que doscientas, y más difícil todavía escribir dos líneas. Para mí, las ventajas con respecto a una obra de mayor aliento son evidentes. Eso sí, el relato tiene una dificultad evidente, y es que todo ha de estar en su sitio; cada elemento, cada rueda y engranaje, tienen que encajar para que el mecanismo funcione. La novela, en cambio, es más bien un cajón de sastre. Te da mayor libertad a la hora de crear ambientes y tramas, y desarrollar los personajes. Podría decirse que las novelas te permiten ser aprendiz de mago, puedes ser Harry Potter si quieres. En los relatos desde la primera línea tienes que ser Dumbledore.
Lo presentas el próximo 11 de diciembre a las 19.30h en la librería Letras a la Taza de Tudela y el 16 de diciembre, a las 19.30h en Librería General de Zaragoza, pero ya estás trabajando en una saga de la Edad Media. ¿Qué consejo darías a un escritor bloqueado?
A todos nos pasa alguna vez el quedarnos a medias, saber lo que quieres decir o tener una idea aproximada pero no conseguir avanzar, quedarte atascado y darle vueltas y más vueltas sin que te sirva nada. En mi caso, yo solía escribir a mano. Los primeros relatos de esta antología, de hecho, los escribí así, pero el resto he acabado escribiéndolos con el ordenador. He descubierto que trabajo más rápido y no suelo atascarme. A eso añade que, como generalmente tengo tan poco tiempo (por las obligaciones cotidianas, mis hijos, etc.), creo que me he concienciado para aprovechar al máximo el tiempo que me queda.
Lo peor es obsesionarse. Mi consejo es que te relajes. Date una vuelta, lee un libro, vete al cine o haz deporte, lo que le sirva a cada uno para relajarse. Si ves que has llegado a un callejón sin salida, dale tiempo al texto. Escribe otra cosa… o no escribas nada. Un día, de repente, cuando menos te lo esperes, duchándote o sacando a pasear al perro, se te va a ocurrir la solución y seguirás sin problemas desde donde lo habías dejado.
Si alguien quiere empezar a leer tu obra, qué cuento o por dónde le recomendarías empezar.
Como en el caso de Rayuela, salvando las distancias con Julio Cortázar, Un ciervo en la carretera tiene un orden. Son veinte relatos a los que yo, como autor, les he dado una estructura. Dice Alberto Montaner en el prólogo que él, contra su costumbre, empezó a leer el libro «al azar y por el medio», por uno de los relatos breves. Es otra opción. Puedes empezar leyendo los relatos más breves, que son los que están a mitad del libro, y luego seguir hasta los más largos. Hay relatos de cuatro líneas y los hay de treinta y pico páginas. Otra opción es por orden cronológico. Muchos de los cuentos están ambientados en momentos puntuales de la historia. Puedes empezar por la Iberia prerromana e ir avanzando hasta llegar a la actualidad. ¿Mi consejo? Es tu libro, ¡haz lo que quieras! Léelo y disfrútalo, es de lo que se trata. Leer tiene que ser ante todo algo lúdico, no puedes acabar con dolor de cabeza y bostezando. Si quieres que te deje mi hilo de Ariadna para que luego tú te aventures en el laberinto, ahí va mi consejo: puedes empezar por «La gota que colma el vaso», un relato breve, de apenas una página. El resto ya es cosa tuya.
Hoy en día el autor tiene que ocuparse mucho de su propia promoción.
Me viene a la cabeza una secuencia de Fama, esa serie mítica que todos los que fuimos a EGB vimos en su momento, en la que la actriz Debbie Allen, que hace de profesora de danza, les dice a sus alumnos: «Tenéis muchos sueños. Buscáis la fama, pero la fama cuesta, pues aquí es donde vais a empezar a pagar… ¡con sudor!». La promoción viene a ser el sudor de la escritura. A todos nos encanta escribir, por eso nos dedicamos a esto, pero luego viene el trabajo duro, lo verdaderamente pesado, que es tener que vender tu obra. No sé cómo será en el caso de los escritores consagrados. En mi caso tengo claro que, en cuanto termino un libro, voy a tener que convertirme en un vendedor puerta a puerta de enciclopedias, o en un testigo de Jehová que va haciendo proselitismo e intentando convertir a todo bicho viviente. Tengo un libro, un gran libro, producto de muchas horas de esfuerzo, de muchísimo trabajo, y tengo que mostrárselo a la gente y lograr que confíen a mí y me lo compren. No es agradable ni divertido, pero como decía Debbie Allen, la fama cuesta; y después de escribir un libro es cuando vas a tener que pagar… ¡con sudor! Y a veces de tu bolsillo.
Como decía al principio, yo me considero novelista, y mis maestros han sido forzosamente novelistas, sobre todo los grandes autores franceses y rusos del XIX, la edad de oro de la novela. Gente como Zola o Balzac, Gógol, Gorki, Bulgákov. Queda muy bien decir esto, que por otra parte es cierto, y añadir que eso no quita para que me encante leer relatos o poesía, para que tenga a Mishima y a Conrad en el mismo pedestal en el que pongo la Celestina o los cantares de gesta. Como digo, queda muy bien, muy profesional, pero tengo que reconocer que yo no empecé mi vida lectora con las grandes novelas, sino con tebeos, Astérix, Mortadelo. Nunca fui de los superhéroes de la Marvel. A mí me hacía más gracia Superlópez, lo veía más real, más incisivo. De los tebeos pasé al pirata Garrapata y Fray Perico y su borrico, y de aquí, ahora sí, ya empecé con la novela.
Lo importante es leer. Da igual si empiezas con los prospectos de los medicamentos. Leer y disfrutar con la lectura. El que quiera leer a Homero, que lo haga, y el que no, que lea Canción de fuego y hielo o la prensa deportiva. Hay cosas peores que el Marca para pasar el rato. Se me ocurre leer a De Prada.
Qué opinión, de un lector/a, te ha gustado especialmente.
Hace tiempo, una amiga mía me dijo (creo yo que sin haber bebido en exceso) que escribía como los ángeles. Es uno de esos comentarios que salen así, espontáneamente, y que reflejan lo que uno siente de verdad, sin componendas, y que a mí me hizo sentirme casi, casi, como Valle-Inclán… con menos barba, eso sí, y sin agujeros en los zapatos. Paz Olivares, de la editorial niños gratis *, también me hizo una crítica muy bonita hace unos meses, precisamente sobre esta obra, Un ciervo en la carretera, pero sería muy largo reproducirla aquí. En mi bitácora «La hoguera de los libros», la gente suele ser muy atenta y respetuosa. Claudia Lipovesky, traductora argentina, leyó allí alguno de mis relatos más largos y me mandó unas palabras que me gustaron mucho. Decía sobre mi forma de escribir que «tiene pasión. Incomoda, sorprende, golpea y, a la vez, resulta placentera».
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