Sergio Colina Martín publica su segundo poemario, Las guerras frías. Diplomático de profesión, ha sido co-director del proyecto editorial La Valija Diplomática y fundador de la revista 2384. En la actualidad sigue colaborando en proyectos de gestión cultural de diferente ámbito. "Tanta locura, dice uno de sus poemas, y ni pizca de arrebato".
Recibiste el accésit del Premio Injuve de Poesía en 2010 por La agonía de Cronos. Diez años después, ¿cuál es tu recorrido como poeta?
Muchas cosas ocurrieron después de aquel premio y de que el Injuve publicara mi primer poemario: en 2011 aprobé unas oposiciones, empecé a trabajar en el Ministerio, fundamos la revista 2384 que impulsé y dirigí hasta 2018, me fui a vivir a Japón, luego a Nueva York… Entre medias, me publicaron varios estudios sobre la traducción como herramienta de acción exterior, el papel del CDN y la CNTC en la internacionalización del teatro español, la cultura como motor de desarrollo sostenible en África subsahariana… Pero nunca volví a publicar poesía, hasta ahora. Las guerras frías es el resultado de muchos años de escribir y reescribir, calladamente.
¿Una selección de tus poemas o un volumen estructurado?
Ambas. Cuando escribí cada uno de esos poemas no los pensé como piezas que debían encajar en un índice predeterminado o un patrón decidido de antemano. Pero todos ellos forman parte de un mismo recorrido y responden a un mismo magma. Podría decirse que, una vez puestos todos encima de la mesa, se agruparon y ordenaron de una forma casi natural. Las guerras frías es una polifonía donde, creo, al final todo terminó encajando para formar una especie de metaverso que espero que invite a quien lo lea a pasearse por él, o más bien, a sumergirse en él.
La poesía es intensidad, ritmo y voz. En tu opinión, ¿qué es la Voz?
Miguel Albero, en el prólogo, habla de una voz “construida por el tiempo, tejida de vida y de lecturas, de viajes y de versos, y que se ha ido destilando”. En ese sentido, la voz sería una especie de poso, el sedimento en el que se enraízan los poemas.
¿La poesía es por así decir, algo al margen de tu labor en la edición de La Valija Diplomática?
Es algo totalmente distinto, sí. Mi participación como editor en dicha colección fue un proyecto puntual. Una colaboración con el objetivo de tratar de abrir espacios para que otras personas pudieran publicar sus textos y contar sus historias. Escribir poesía es algo mucho más íntimo. De alguna forma es casi un empeño vital, independientemente de que el poema se acabe publicando o quede por años en un cajón.
¿Cuál es, en tu opinión, la principal dificultad para la labor poética hoy en día?
En mi caso, la hiperaceleración, la dificultad para conectar con las cosas desde otro lugar distinto al de la gestión, el exceso de información… La sobrecarga de trabajo es un lastre para la acción, y especialmente para la acción poética…
En Madrid se llenaban teatros y se pagaba entrada para escuchar poesía. ¿A qué crees que era debido?
También había teatro en la tele, y muchos más programas de calidad sobre literatura, cine… Y la gente compraba discos, y películas. Entiendo que tiene que ver con los cambios en las pautas de consumo cultural. En el caso concreto de la poesía, ahí se sitúa también el debate sobre las nuevas formas de producción y consumo poético a través de las redes sociales.
Me dijeron —y me lo creo—
que gusto más cuando hablo de las cosas
y no de ti.
Que me gusto más cuando no hablo contigo
y me quedo con el mundo,
en el mundo,
a solas.
Así pues, de las cosas, desde ahora, hablaré.
Hablaré y hablaré, sin decir palabra.
Sergio Colina Martín
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