Tiempo, eso es lo que Andrea Mijangos cree que debe tener, como mínimo, un poeta para poder trabajar con dedicación y rigor. Después de años de escritura, Mijangos se decidió a publicar su poesía y a esta decisión le siguió otro desafío, no basta con escribir poemas. Éstos han de conformar un significado, han de vertebrarse en un poemario.
No riegues mi árbol de jade es el primer poemario que has publicado. Qué cambia, si es que lo hace, en el quehacer poético de trabajar guardando en un cajón a decidirse a publicar.
Llevo escribiendo poesía desde la adolescencia. De hecho, muchos de mis primeros poemas se han perdido, otros los he podido recuperar ahora y los estoy intentando transcribir y aunar por épocas. Con diecisiete años llegué a estar muy “en el mundillo”, estuve cerca de publicar, pero desde entonces había asumido que el lugar para mis poemas era, como dices, el cajón. Apenas dejaba leer a nadie lo que iba escribiendo. A partir de la pandemia y de una baja laboral que arrastro desde hace casi dos años intensifiqué el ritmo de la escritura. Escribí No riegues mi árbol de jade en unos tres meses, durante el verano del año pasado. En marzo y abril había escrito otro poemario completo, durante un ingreso, y en otoño cerré un tercero con los poemas de los dos últimos años. De repente me vi con tres poemarios con cierta entidad, que se sostenían por sí solos, así que vi claro que tenía que intentar publicar. Pablo Méndez, editor de Vitruvio, me llamó un día y me dijo que le gustaban los tres. Que quería apostar por ellos, por mí. Aunque no ha pasado mucho tiempo, yo ahora leo el libro y cambiaría una y cien cosas. Pero el hecho de publicarlo ha logrado insuflarme un poco más de confianza. Además, escribo ahora con la idea global de proyecto, más que la de esbozar poemas sueltos en los que no vuelvo a pensar. Estoy actualmente trabajando en un nuevo poemario que sigue una línea muy concreta y que me hace tener más disciplina. Sin duda conlleva más lectura, más reflexión y más organización.
La poesía parece tener más seguidores que nunca, llena teatros e inunda las redes sociales. ¿A qué crees que es debido en estos tiempos que no parecen precisamente poéticos?
En primer lugar, creo precisamente que el hecho de que los tiempos sean poco poéticos invita a la poesía. El arte está en un lugar reivindicativo en el que ha de hacerse notar más cuanto peores son las circunstancias. Y la poesía creo que es el ejemplo más claro. Escribir desde el dolor, desde el abatimiento o desde la conciencia social ha sido siempre uno de los motores principales de la poesía. En ese sentido no lo veo incongruente. Por otro lado, aunque nadie tenga la potestad de dictaminar qué es o no es la poesía- creo que es entrar en un debate mucho más engorroso- las redes sociales están viralizando un tipo de poesía que me hace dudar y me inquieta. Ya sabes, frases cortas, versos que parecen refranes o lemas de autoayuda, que al ser cortos, rápidos, visuales y, casi, endémicos se compran con facilidad por cualquier tipo de público que se sienta identificado. Está bien normalizar sentimientos, sensaciones y que las redes ayuden a ello. Pero tengo la sensación de que eso no acaba de aportar nada positivo al arte. Parece que se tacha de elitista a quien comparte esta opinión, pero no hay nada menos elitista que apagar un rato el móvil e ir a la biblioteca y a leer a Dante, a TS Eliot, a Zurita. Me inquietaría menos la deriva que puede estar tomando el concepto de poesía actual. Lo cual no quita para que haya poetas actuales extraordinarios a quienes es un placer leer. En ese sentido, el trabajo de difusión que hacen algunas editoriales más pequeñas como Letraversal, La bella Varsovia o Vaso Roto es encomiable.
Desde Pessoa a Rubén Darío, sus citas son pórtico a tus poemas. El lector encontrará así otra referencia personal.
Lógicamente escogí citas para mi poemario que entendía iban en consonancia con sus diferentes partes y poemas, y por supuesto respeto y celebro a todos los autores citados. De hecho, posiblemente mi poema favorito de todos los tiempos, de haberlo, es Tabaquería, de Pessoa, que menciono en el libro. Pero es que tengo una cantidad de referentes poéticos inconmensurable, llevo leyendo y comprando poesía más de veinte años y cada día me sorprendo con algo nuevo que no había descubierto, o no había tenido tiempo de leer hasta el momento. Sin embargo, si tuviera que elegir mis poetas referentes de cabecera serían Sylvia Plath, Anne Sexton y Leopoldo María Panero. Es posible que tenga que ver con mi identificación personal con sus temas, sus biografías y sus voces. En la poesía confesional me siento muy cómoda, aunque poco a poco intento despegarme un poco de ella para abordar otros puntos de vista. Últimamente estoy leyendo más voces femeninas del siglo XX que me están llenando casi tanto como Anne y Sylvia: Marina Tsvetaieva, Sharon Olds, Idea Vilariño, Blanca Varela, Anne Carson. Y luego, por supuesto, están Rilke, Baudelaire y Eliot, triada sin la cual no creo que fuera posible entender, escribir o leer la poesía.
Si la poesía es intensidad, ritmo y voz. En tu opinión qué es la voz.
Bueno, ¡la poesía actual me parece mucho más que eso! Conseguir una voz propia parece uno de los retos, está claro. La voz es la manera de expresar los sentimientos, experiencias e impresiones del yo lírico. En la poesía autobiográfica, o confesional, a menudo ese yo lírico coincide con el yo modal; es decir la voz poética y la voz lírica se confunden hasta un punto que es imposible distinguirlas. En poemarios como No riegues mi árbol de jade hay una voz muy potente, muy constante, que se manifiesta en forma de aullido, de grito. Cuando la poesía surge del dolor y está narrada en primera persona, es más fácil percibir esa voz, y la unicidad de esta. Creo que Anne Sexton dijo algo a este respecto: “Un escritor es alguien que con unos muebles hace un árbol. Todos los poetas mienten". En el árbol de jade hay mucha verdad, pero lo importante de la voz es que todo se perciba real, coherente, unificado. Incluso lo que es pura ficción.
En este poemario hay algún poema que pase desapercibido y en cambio, para ti, tenga una significación especial.
No me había preguntado nunca esto. Al contrario del poemario en el que trabajo actualmente, los poemas del libro fueron escritos en diferentes momentos, en unos meses de crisis bastante acuciada en que a la vez se dio el maravilloso fenómeno en que encontré a una persona que me devolvía las ganas de vivir. Esa dualidad sufrimiento y muerte versus relación amorosa en sus primeros estadios se va encontrando a lo largo del poemario en distintas ocasiones. Creo que esto se manifiesta en un verso en el que ni yo misma había reparado lo suficiente. Fue Luis Rosales Fouz, en la presentación del poemario, quien hizo hincapié en el mismo y me hizo reflexionar acerca de la importancia de esta doble voz. Hablo de los versos que pertenecen al último poema, después: “y aún así, aunque no quiero que toques mis plantas/ la respuesta es sí”. Creo que proporciona la respuesta; el aliento necesario para enfrentar todo el resto de la obra. Consideraba muy importantes los últimos versos del poemario y personas que lo han leído me dicen que es “demasiado duro”. Es posible que lo sea, pero entonces invito a todos a reparar en ese debate interno en que la respuesta es siempre “sí”. Y eso es lo que después de épocas tan duras, me mantiene aquí, respondiéndote a esta entrevista.
En tu opinión cuál será el principal inconveniente para el quehacer poético hoy en día.
Es frustrante pensar que no existe la profesión de poeta y ya. Es lo que me hizo dar un paso atrás cuando tenía diecisiete años y lo que me hizo pasar unos cuantos de secano. Después de estar ocho, nueve, diez horas trabajando de algo completamente opuesto a tu pasión, es difícil que broten los versos. Y en esa tesitura se encuentran la mayor parte de los que se dedican a la poesía hoy día. Casi todos tienen otra ocupación que les da de comer, con suerte está relacionado con el mundo editorial, la traducción, el periodismo, pero en otros casos nada más lejos de la realidad. Mantenerse firme y leal a la vocación es difícil cuando uno no tiene nada que llevarse a la boca. O cuando uno llega tan agotado a casa que solo llega a ponerse una serie de Netflix de fondo, o bucea en las redes sintiéndose cómodo al encontrar algunos ripios ocurrentes, románticos, o en los que es sencillo reconocerse. Aquí volvemos a la cuestión de la que hablábamos antes. Es un círculo vicioso. Sin duda habría que potenciar el trabajo del poeta mediante fondos, becas, estancias formativas, programas de convivencia… Parece que estamos cómodos con la idea de que sea así, con la imagen del escritor arruinado en vida, creando de sus miserias y pese a sus miserias. La poesía es arte, pero sin dinero y sin tiempo sobrevive a duras penas.
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