El escritor Erri de Luca dice en un poema: “No ha habido guerra tan justa, ninguna otra, como la de Troya: dos pueblos a las armas para decidir quién de los dos debía quedarse la belleza”.
La belleza era un tema que ya preocupaba en la Grecia clásica. El título de la novela, La manzana de Eris, hace referencia, precisamente, a un pasaje mitológico en el que Eris, la diosa de la discordia, acudió a la boda de Peleo y Tetis sin haber sido invitada. Allí se encontraban también las diosas Hera, Atenea y Afrodita. Para sembrar el caos, Eris lanzó una manzana dorada entre ellas y dijo que era para la más bella. Esto produjo una encendida disputa que se convertiría en el germen de la guerra de Troya.
Hoy en día, todos seguimos queriendo atrapar esa manzana, incluidos los personajes de mi novela. La manzana, relacionada con la belleza y la perfección física, simboliza la discordia. Y la discordia también surge en otra subtrama de la obra, la amorosa, pues la protagonista va a encontrarse en una verdadera encrucijada que llega a romper su equilibrio emocional.
Tu novela surge de una reflexión, hasta dónde podemos llegar para lograr una buena apariencia.
Comienza, de hecho, con un suicidio: el de Carolina, una joven que aparentemente lo tenía todo: éxito, dinero, belleza. Natacha, una periodista que fue compañera suya en la facultad, comienza a investigar y descubre la existencia de Vitherbal, una empresa piramidal que comercializa batidos dietéticos y funciona como una auténtica secta. Carolina trabajaba para esa empresa y su final resulta desconcertante y misterioso. Vitherbal capta a sus clientes aprovechando sus debilidades, ofreciéndoles la perfección física, e incluso Natacha se sorprende, en alguna ocasión, preguntándose si sus complejos podrían terminar si empezara a consumir los famosos batidos. La idea subyacente es que todos podemos ser tentados por algo así con tal de aspirar a sentirnos más bellos. Todos podemos desear esa manzana con más o menos prudencia. En la novela, se llega al extremo de poner en peligro la propia vida o la de otros.
El género negro ¿es la mejor manera de abordar este tema?
Una de las características clásicas del género negro es la crítica social. Es el género perfecto para mostrar una realidad turbia, oscura, que mueve los hilos de la sociedad actual. Una realidad que asusta, en cierto modo, porque está inmersa en un capitalismo salvaje que valora la rentabilidad económica por encima de la vida humana. La protagonista, Natacha, va introduciéndose en ese mundo y descubriéndolo poco a poco, y el lector puede ir sobrecogiéndose con ella, a su ritmo, para apreciar la verdadera magnitud del horror. La incertidumbre, el miedo, la sospecha, son emociones que entran en juego a lo largo de este descubrimiento.
Sin embargo, no me quedo en la mera crítica social o en el planteamiento del clásico esquema de investigación y resolución del misterio; también profundizo bastante en la psicología de los personajes, sobre todo en la de los dos principales. Me interesa mostrar sus sentimientos ante todo lo que están viviendo, de modo que el lector pueda sentirse identificado con ellos, tal como ocurre, por ejemplo, en las novelas de Patricia Highsmith, uno de mis mayores referentes del género.
Dietas, operaciones, filtros en las redes sociales y la profecía de que el mundo se dividirá entre quienes puedan pagar por aumentar su longevidad con una juventud eterna y los pobres.
Avanzamos hacia eso, pero también es cierto que, a medida que se van normalizando todas estas cuestiones, también se van popularizando. Desde hace unos años, por ejemplo, los injertos capilares se han multiplicado gracias a opciones más económicas, como las que ofrecen en Turquía. O la depilación láser, que ya puede hacerse desde casa gracias a aparatos que se compran en cualquier centro comercial.
En todo caso, la belleza siempre se ha asociado a la riqueza. En el Renacimiento, por ejemplo, se valoraba la tez blanca porque era una señal de que esa persona no había tenido que trabajar de sol a sol.
En la novela, la joven que se suicida, Carolina, y su novio, ofrecen al mundo una imagen de prosperidad económica, además de la perfección física. En esa idea se basan las empresas como Vitherbal para atraer a sus víctimas: “únete a nosotros y, además de ser guapo, te irá bien económicamente”.
De todos los personajes de La manzana de Eris por cuál sientes más simpatía.
Suelo simpatizar con los antagonistas, sobre todo cuando van de tipos duros y ocultan un corazoncito. En el caso de esta novela, el antagonista no es exactamente un antagonista, porque ayuda en la investigación. No voy a destripar el final y a revelar si sus intenciones eran buenas o malas, pero creo que mi personaje favorito es Juan Pablo. Tiene sus luces y sus sombras, resulta ambiguo y contradictorio; enigmático, en cierto sentido, y magnético. Evoluciona a lo largo de la historia. No me suelen gustar los personajes malos o buenos, de una pieza, sino aquellos que se mueven entre el bien y el mal, como las personas reales, aquellos que tienen manchas en su expediente, traumas que quisieran olvidar… Me fui encariñando de Juan Pablo a medida que avanzaba la novela.
Tu gran dedicación, sin embargo, hasta ahora ha sido la poesía. Cuál es la principal dificultad, hoy en día, para la labor poética.
Efectivamente, hasta ahora he publicado más poesía que narrativa. Publiqué mi primer poemario en 2014 y en agosto de 2023 saldrá el sexto, Entra la noche, con el que obtuve el Premio Internacional León Felipe el año pasado. Casi una década en el “mundillo” me han concedido una visión presumiblemente realista del panorama poético español.
Por una parte, está el obstáculo de toda la vida: el hecho de que, desde siempre, la poesía ha tenido un público muy minoritario, en comparación con la novela. Pero además debemos enfrentarnos a las “mafias poéticas”, a los premios que funcionan a través del “amiguismo” (y que son muchos más de lo que podría imaginarse), a valorar solo ciertos estilos que están de moda y no dar una oportunidad a otras propuestas diferentes… y en general, a la tendencia actual a no profundizar y permanecer en la superficie, cuando la poesía es hondura en sí misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario