martes, 12 de diciembre de 2023

Ver con el corazón es amar - La clase de pintura. El viaje del Principito, Anna Lisa Miele y alumnos - Fundación Dalma

 

Anna Lisa Miele y sus alumnos han elaborado un libro basado en El Principito. En el marco del proyecto Contodoarte de la Fundación Dalma. La singularidad es que son alumnos con discapacidad intelectual, es un trabajo colectivo y el resultado un hermoso logro común: La clase de pintura. El viaje del principito que ha sido publicado gracias al apoyo de la Fundación Europamundo


Seguimos amando un cuento tan sencillo como El Principito. ¿Cuál es su secreto?

Probablemente porque es un cuento atemporal que contiene mensajes para todas las edades. Al ser un relato poético y filosófico de tipo existencialista, plantea preguntas sobre el significado de la vida y lo que es verdaderamente importante. 

Tal vez su secreto radica también en sus diálogos aparentemente sencillos, pero llenos de sabiduría, y también en la estructura de la historia, que nos viene desvelada poco a poco por el aviador, con el cual vivimos las aventuras del principito y descubrimos quién es y de dónde viene este niño misterioso.

Hay tantas razones para amar, leer y releer este cuento. Lo amamos porque nos permite ver la vida a través de los ojos curiosos de un niño, dejándonos asombrar por la belleza de una flor o por el esplendor de un cielo estrellado.

Nos permite conectar con nuestro niño interior que nos hace cuestionar el adulto en el que nos hemos convertido. Nos muestra nuestras debilidades, los vicios y las virtudes humanas y nos enfrenta a nuestras creencias limitantes y nos invita a cuestionarlas. 


Lo esencial no es visible a los ojos, en una sociedad en la que la imagen lo es todo. ¿Cómo desarrollar la habilidad de “ver” en la hiperaceleración en la que vivimos?

“No se ve bien, sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos” es una de las frases más emblemáticas del libro, me gustaría añadir a esta frase una reflexión de mi alumna Chary: "ver con el corazón es amar”.

Para ver con el corazón, hay que parar. Ralentizar, observar, dejarnos sentir, aprender a relacionarnos con las emociones que surgen de nuestras experiencias, sin saltar de una actividad a otra de manera constante. Y esto resulta muy difícil cuando estamos instalados en el ruido frenético de la cotidianeidad.

Vivimos en una sociedad obsesionad por la productividad, y cuando no somos productivos creemos que estamos perdiendo el tiempo. Pero cuando aprendemos a disfrutar de este tiempo se convierte en un regalo, conectamos con los demás y con nosotros mismos. 

Por otro lado, también es difícil ver con el corazón en una sociedad basada en el culto a la imagen. Como dice mi alumna Cristina, “siembre buscan hombres más guapos y mujeres más delgadas”.

Retocamos nuestros perfiles digitales para parecernos a una imagen que queremos conseguir, sometidos por los cánones estereotipados que inundan los medios y las redes sociales. Una sobreestimulación visual que nos vuelve ciegos a los otros sentidos y nos hace olvidar lo más esencial, el ser. Perseguir esa imitación nos aparta de nuestra propia identidad, que es la que realmente nos hace únicos.

Para desarrollar la “habilidad de ver” hay que ir más allá de las apariencias, abrirnos al encuentro con el otro, que no es tan diferente de nosotros. Todos tenemos los mismos miedos y las mismas inquietudes, independientemente de las circunstancias, somos capaces de compartir, amar y buscar lo que de verdad importa.

Nuestros cuerpos, como dice el aviador en el Principito, solo son unas cáscaras.


Al leer la obra y conocer la vida de Saint-Exupéry, lo peculiar es que escribiera El Principito,  ¿a veces, lo mejor que somos o tenemos surge al margen de nosotros mismos?

Aunque esta obra se difiere de otras, por su contenido fantástico, sigue teniendo algo de autobiográfico. El escritor nos muestra a través de los ojos de un niño su manera de ver o de interpretar la naturaleza humana. Al principio del libro parece redactar relatos de su infancia. El narrador y personaje principal del libro, al igual que el escritor, es un aviador que tuvo una avería en el desierto del Sahara. Curiosamente, Antoine de Saint-Exupéry desapareció durante uno de sus vuelos un año después de la publicación del libro El Principito.

El autor parece enviar, a través de su obra, un mensaje a la humanidad ciega: “los ojos están ciegos, es necesario buscar con el corazón”.

Según su relato no todo está perdido, nos invita a despertar, a rescatar la ilusión y el amor por la vida, recordándonos que nuestro niño interior todavía tiene ganas de soñar. Y es ese niño interior, cuando despierta, es el que tiene la capacidad de guiarnos en nuestra búsqueda.



¿Conocían tus alumnos, tus autores, El Principito o se encontraron con la obra por primera vez?

La mayoría de ellos no conocían la obra. Así que, para muchos, fue un descubrimiento, un viaje, una aventura que nos brindó la oportunidad de hablar de temas relevantes, abriendo un nuevo espacio para el debate y la creatividad.  


De una gran obra se dice que deja espacio a la imaginación, ¿este libro es una prueba de que El Principito da alas?

Diría que sí, no solo ha dejado espacio a la imaginación, donde los resultados son claramente visible en las ilustraciones de mis alumnos, sino que también nos ha brindado la oportunidad de tratar temas universales. En un solo libro nos hemos movido entre una gran variedad de argumentos, que nos han llevado a encontrar nuevas respuestas y sobre todo generar nuevas preguntas. El resultado es un ensayo escrito e ilustrado sobre una obra tan emblemática.

Cada alumno ha imaginado un principito, un cordero, un zorro distintos.

Cada uno ha visto en esta historia un mensaje, un significado, una declaración de intenciones que, más allá de lo habitual, nos ha trasladado a un mundo fantástico, hecho de imágenes evocadoras, y de mensajes importantes. Hemos viajado y crecido junto al principito.

Hemos volado de un planeta a otro, observando y discutiendo sobre las debilidades humanas, pero también sobre el amor, la amistad, la generosidad, la empatía y el cuidado. 

Nos ha dado alas, alas hacia la inclusión. Mis alumnos son personas en riesgo de exclusión social, personas que muy difícilmente tienen la oportunidad de hacer públicas sus opiniones. En La clase de pintura. El viaje del principito, no solo se hace visible su punto de vista, sino que también se muestra su talento y creatividad. Además, las personas con discapacidad intelectual tienen dificultad en participar en la vida cultural. Mis alumnos no solo quieren participar, sino que también quieren ser creadores de contenido, convencidos de que la inclusión no favorece solo a los colectivos excluidos, sino que enriquece a toda una sociedad.



Entramos en el tiempo de volver a nacer, la Navidad.  

Este libro nos acerca a las enseñanzas del principito, nos conecta con nuestro niño interior, igual que la Navidad, con nuestra infancia. Y a la vez es un ejemplo de superación, de mirar más allá de nuestros límites. Explorar nuestras limitaciones nos ayuda a evolucionar, a florecer.

La Navidad también es encuentro, es dedicar tiempo a las personas más cercanas. Parafraseando a mi alumna Esther, para entender a los demás hay que compartir. En este trabajo colectivo hemos querido reflejar que el tiempo que dedicamos a las cosas, o las personas que amamos hace que estas sean importantes. Muestra una realidad que para muchos es desconocida. Entramos en un nuevo universo para ver más allá de las etiquetas y reconocer en otras voces nuestros mismos sueños e inquietudes.
Nos invita a ver la belleza en los colores del atardecer y a buscar en el cielo nocturno estrellas que saben reír.


Anna Lisa Miele y alumnos.
Editorial Cuadernos del Laberinto






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