Y el título no podía ser más apropiado: es un soplo de aire fresco en las habituales exposiciones de la BNE tan ancladas a discursos y formas expositivas que necesitarían propuestas más ligeras e imaginativas.
El infierno y las maravillas propone un paseo, en cinco apartados, desde el pasado del libro, en una cronología de miles de años hasta la incógnita de su futuro, en el año 2050.
"En la actualidad, el 99´9% de la información se genera digital, el 0,1% en papel", se lee en una cartela.
Los vínculos entre cada uno de los elementos de la exposición, según el programa de mano, tienen una ordenación de afinidades no de cronologías o temáticas. Así, hay todo tipo de soportes artísticos y de conocimiento, desde partituras a pantallas, utensilios de imprenta e incunables. Hay cortometrajes, murales hechos con inteligencia artificial o referencias a las redes neuronales y los mapas, a caligrafías medievales.
Desde los orígenes del alfabeto hasta las páginas digitales, "miramos de frente a las pantallas que son la metamorfosis de la vieja idea de página. Y observamos las formas de circulación cultural que proponen las redes sociales, como la autopublicación o el scroll infinito. Y nos preguntamos cómo todo eso va a cambiar con la inteligencia artificial. De nosotros depende que sea infierno o maravilla".
En 2013, en la Cátedra Alfonso Reyes, el escritor Ricardo Piglia especulaba en ¿Qué será la literatura? sobre el futuro de la lectura, la literatura y los libros. De cómo la técnica influye sobre la creatividad no sólo sobre los contenidos y la recepción del público.
Piglia añadía: "pero la lectura está sujeta a la limitación, yo digo en broma que leemos hoy a la misma velocidad que en los tiempos de Aristóteles. Aún no han conseguido inventar un chip para que podamos leer más rápido (...) leer es un tiempo distinto en el que está en juego un valor superior en una sociedad donde la velocidad es una virtud".
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