El pasado 28 de enero presenté en el Museo de Ciencias Naturales mi último libro publicado, Se nos ha dado tanta belleza (Colección Paseos. Editorial Tundra), y me acompañó en la tarde el biólogo, Javier Gómez Aoiz.
Es mi tercer libro de naturaleza, tras La salvaje belleza alada y Flores, el esplendor de la Tierra. (Ed. Cuadernos del Laberinto).
Se nos ha dado tanta belleza narra mi paseo favorito, al pie de Manzanares el Real, en la sierra norte de Madrid, en el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares. La narración describe sus valores paisajísticos, mi experiencia en él, su historia y las transformaciones que los usos de sus habitantes han ejercido durante siglos.
En el coloquio surgieron algunos temas recurrentes en lo que se refiere a la protección de la Naturaleza, cómo visitar lugares sin ejercer presión excesiva sobre ellos o si la niñez es el mejor momento para conectar con un paisaje.
También fue interesante la pregunta acerca de la situación del género de la literatura de naturaleza o naturaleza escrita, que en mi opinión está emergiendo ahora, pero que al igual que la literatura infantil ha sido inexistente en nuestra tradición literaria.
Algunas de las razones por las que el país con mayor biodiversidad de la Unión Europea carezca de una narrativa a su altura, pudieran ser la secular situación del campo español en el pasado, su pobreza y la falta de escuela, su brusca despoblación al litoral y a las ciudades como única forma de que sus habitantes se incorporasen a la modernidad. Este proceso acelerado fue traumático.
Sin duda, es ahora cuando la mirada empieza a equilibrarse. Quizá, además de la escolarización y la mejora de la situación económica, hay que añadir, de manera paradójica, la liberación de la mirada que la destrucción de la cultura campesina trajo consigo. La sabiduría del campo de masas al límite de la subsistencia se refería antes que nada, a lo que se podía comer, cultivar o cazar. Y a destruir todo aquello que lo impidiera.
La mirada más justa sobre nuestros territorios rurales apenas tuvo un autor, Miguel Delibes, y los imitadores posteriores, a menudo, romantizaron las condiciones de las que ellos mismos huyeron a la ciudad en busca de un horizonte más amplio, tanto profesional como vital.
Otras miradas urbanas sobre los pueblos han continuado en el tremendismo de la brutal novela La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela. En este sentido, es cuestionable que se pueda reconocer en esta narración del Premio Nobel de Literatura 1989 un antecedente del género y creadora de escuela.
¿Qué lugar ocupa en el destino de un campesino extremeño condenado a muerte la íntima conexión con un paisaje? La historia de la literatura española la inscribe en sus imprescindibles, el nuevo género de naturaleza escrita escucha una vez más, la sombría acusación de fatalidad, tragedia y violencia propias del mundo rural.
En 2017 entrevisté a Javier García, editor de la desaparecida Volcano Libros, y afirmaba:
"El objetivo [de este género] es ofrecer a los lectores obras que tienen como hilo conductor a la naturaleza, pero no desde el punto de vista de la ciencia, de la zoología o la geología, sino desde un punto de vista literario, porque estoy convencido de que la literatura es, también, una forma de conocer, amar y celebrar la naturaleza. Y la combinación de ambas cosas, la literatura y la naturaleza es más que un concepto, un género en sí mismo".
En la actualidad, nuestra literatura de naturaleza intenta abrirse paso en una oferta excesiva de traducciones de autores anglosajones que impide, más allá de lo referido a los paisajes españoles, una mejor atención a otros autores, ya sean alemanes o franceses.
Los lectores, cuyo perfil apenas está analizado, se encuentran en la mesa de novedades una omnipresencia de yellowston, guías de naturaleza turísticas y de todo tipo, publicaciones ornitológicas o desoladoras narraciones de puertourracos.
¿Cómo sería, cuantificado y definido en características socioeconómicas, este perfil del lector de literatura de naturaleza en España, y en lengua española, al que se podría alcanzar?
Cómo atraer a aquellos lectores cuyo primer acercamiento al arrendajo y el lirio silvestre, al espectáculo de las miles de gaviotas que duermen en el embalse de Santillana, sólo se produce a través de la escritura.
Cómo llevarle de la naturaleza escrita al aire libre, a la esperanza y a la duda sobre el progreso tecnológico y el sistema económico en el que vivimos.
Porque ese es el núcleo y el misterio de este género literario, el de los paisajes narrados, el de la literatura del lugar.
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