Maribel Orgaz - info@leerenmadrid
Cesar Barló, director de esta adaptación de La tempestad de William Shakespeare ha optado por utilizar todos los espacios de la Puerta Estrecha, incluido su patio para representarla. Los espectadores están de pie junto a unas escaleras, junto a unos leños o apretados en sillas. Se les pide también que bailen y que aguanten las casi dos horas que dura la obra yendo y viniendo.
El texto desborda los espacios, vuelve los lugares caustrofóbicos, y en un juego con el nombre del teatro, todo le queda estrecho, hasta el punto de que el espectador se pregunta si realmente, La tempestad es un texto teatral y que hubo de ser teatro porque no existía otra forma en la que Shakespare pudiera escribir y ganar dinero por aquel entonces. (Es inevitable acordarse de su contemporáneo, Cervantes y sus aspiraciones frustradas de poeta; la escritura del Quijote como última salida que al menos algunos ingresos le reportó).
Y en ese patio, entrada, pie de escalera, sala pequeña, sala grande, aunque hubiera habido más salas y más patios al aire libre; la sensación de opresión era cada vez mayor. Ese trozo de materia oscura y afilada que es la Tempestad desbordaba las ventanas y los lugares, se comía a los actores, absorbía el aire, abrumaba a los espectadores.
Del Clave bien temperado de Bach se ha dicho que su mejor escucha sería leer la partitura en silencio, ¿ocurre igual con algunos textos teatrales? ¿Acaso es así con La Tempestad? Hay que reconocer la valentía de agarrarlo e intentar doblarle el brazo. Ariel es un espíritu en patines, Próspero una mujer con una voz oscura y espesa, densa. Perfecta. Y cuando hablan, un huracán de palabras grandiosas emergen intactas, terribles. Es probable que no haya versión que pueda con ellas. Se levantarán en el aire como la visión negra de un creador en su esplendor al que apenas le quedaban cuatro años de vida.
Como tumbados por un rayo, así se siente el espectador también, golpeado, desbordado. Los enamorados, Miriam Cano como Miranda y Roberto González como Fernando; en ese don visual que Cesar Barló tiene para la puesta en escena, se hablan ajenos a las intrigas y al drama, vestidos de blanco, frágiles, cuidados por el texto en su sinceridad de los afectos. Un reconocimiento de la belleza del mundo.
Qué bien resuelto, qué bien respetado, en esta versión su ingenuidad. Sería tan fácil dejarles en ridículo cuando a su alrededor intrigan el poder, la venganza y los cínicos planes de un padre que ejerce su poder bizantino sobre ellos sin misericordia ni remordimiento.
El espectador agradece que en alguna ocasión el nudo corredizo permita respirar gracias a los tres personajes borrachos, esa tregua humana que Shakespeare concedió a través del humor en la obra. Un puente en el abismo.
La Tempestad- AlmaViva Teatro
Teatro de la Puerta Estrecha
Sábados y domingos, 20h
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