martes, 25 de enero de 2022

Es un poema de Mallorca, de una Mallorca que es mía. Lorenzo Villalonga - Una novela, una ciudad - Maribel Orgaz, Curso UP Miguel Delibes, Alcobendas

 



"Lo menos que puede hacer la literatura es expresar de forma inteligible, 
es decir, inteligente, los estados del alma". Lorenzo Villalonga.

"Bien estaría", escribió el pintor Santiago Rusiñol, "que tirasen todo lo viejo y rancio pero mucho tememos que, entre lo viejo, van tirando lo antiguo".

Lo viejo era quizá el mundo que Lorenzo Villalonga describió en su novela, Bearn o la sala de muñecas a la que dediqué una clase del curso que imparto, Una novela, una ciudad en la UP Miguel Delibes de Alcobendas (Madrid).

Bearn o la sala de muñecas fue publicada en castellano en 1956 sin lograr ventas, según los expertos, más allá de unos cuantos amigos y familiares. Un año antes la había presentado al Premio Nadal y había perdido frente a El Jarama de Sánchez Ferlosio. 

La literatura española continuaba capturada por la senda de hierro que abrió El Quijote en su deriva de realismo social y una novela cosmopolita, de un afrancesado que mantenía en la Mallorca de finales del siglo XIX relaciones feudales con su entorno y que prefería desaparecer ante que adaptarse a la modernidad no tuvo aceptación. Hay que entender el momento en que esta novela se presentó y quizá también, para no premiarla, quién era su autor.

Lorenzo Villalonga nació en Palma de Mallorca en 1897 y ejerció como médico psiquiatra en la isla durante toda su vida. Era hijo de un militar "frío y autoritario". Su madre, a la que adoraba, sirvió de inspiración para el personaje de la señora Bearn. Sus dos hermanos siguieron los pasos del padre pero él se decidió por la medicina. Se afilió a la Falange en apoyo a los sublevados y en esa misma época se casó con una prima, Maria Teresa Gelabert i Gelabert también mallorquina y desde 1936 hasta la década de los 50 su actividad literaria se opacó. A un lector le queda imaginar que en aquel silencio se estaba gestando su gran obra.  

Porque Bearn es una de las mejores novelas españolas del siglo XX y el summum de la novelística de Villalonga que se apresuró a publicarla antes de que El Gatopardo saliera a la luz en 1958, para no ser acusado, aclaran los especialistas, de haberla copiado. Villalonga hizo años después, la primera traducción al catalán en 1962.

La Mallorca de Bearn, ambientada entre 1859 y 1890, tenía poco más de 50 mil habitantes y hasta ella sólo se llegaba en un vapor que zarpaba una vez al día desde Barcelona y que tardaba 18 horas en hacer la travesía. Se había inaugurado en 1837 y según la escritora Carmen Riera, esto fue lo que posibilitó que la isla de oro, en palabras de Rubén Darío, entrara en los circuitos viajeros. 

Bearn recibió en 1963 el Premio Nacional de la Crítica y fue traducida en 1986 al inglés. Es infrecuente por no decir, imposible, que se la referencie entre los mejores textos para conocer la isla. La novela se ha convertido en una advertencia sobre la incapacidad de una sociedad de dar una alternativa a las relaciones de vasallaje, el inmovilismo, las supersticiones pueblerinas y la indiferencia de los privilegiados. La modernización, ese tipo de modernización, no era más que destrucción. De la Mallorca señorial a los 18 millones de turistas anuales. 

En palabras de Rusiñol: "lo que hoy es polvo venerable mañana será cemento Portland". 

"Podría escribirse un capítulo acerca del daño que el automóvil ha hecho en los bosques (...) los aristócratas que no tienen bastante dinero han de elegir entre la sombra y la velocidad y como llevan prisa en las dos, en devorar el camino y en arruinarse, hipotecan las fincas y de la hipoteca viene el talar. Del talar el despoblado".

Los señores de Bearn no talan su bosque para abrir una carretera, lo talan para que el narrador, el capellán de la casa, hijo ilegítimo del señor pudiera visitar en Roma al Papa. Sobre el destino del lugar, una vez que sirve a sus intereses, no tienen preocupación, otros árboles crecerán.

En la possesió, el equivalente andaluz del cortijo, la señora escucha misa a diario y todo el personal, incluido Antonio Bearn, rezan el rosario todas las tardes a las siete. El señor, que no ha sido educado para administrar su patrimonio, delega en un mayoral, al que azota con los arreos de los caballos cuando lo cree conveniente, ya que "si el señor no pega, es seguro que el labrador se levantará un día contra él”.

En sus visitas a París, Antonia Bearn no se escandalizaba de los escotes de las mujeres pero en Mallorca no consiente que una criada lleve mantón colorado a misa, mientras tanto, su marido tiene numerosos ilegítimos con sirvientas y campesinas ante las que no siente obligación alguna y deja a su sobrina Xima, su amante francesa, cuando tras año y medio de vida parisina se queda sin dinero. 

El destino que Villalonga reserva para la bella Xima, en línea con los de las Bovary y Kareninas, es cruel. De amante en amante hasta el eclipse de su belleza, llega a Bearn para ser acogida por los señores, que son también sus tíos, poco antes de la Cuaresma, cuando todo está dispuesto para celebrar el Carnaval que se transformará en un akelarre. 

Xima se encapricha de un guapo sirviente, Tomeu, que la rechaza espantado y ella sale despavorida al camino en donde la recogen y llevan al Hospital de Palma en donde fallece.

Lorenzo Villalonga fue médico en ese hospital, el mismo en donde hizo llegar, de manera conmovedora, quizá finalmente apiadado, a su personaje más querido, una mujer en cuya piel "brillaban los diamantes como el rocío sobre nuestros bosques". 



Sigue leyendo sobre otras clases impartidas en este ciclo.



2 comentarios:

  1. Un análisis certero y magnífico de Bearn, que leí hace tiempo y que me impactó por esa imagen de Mallorca del siglo pasado

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  2. Gracias María, las dos somos grandes admiradoras de esta novela. Un abrazo

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