"De vez en cuando", comienza esta apasionada clase de escritura del dramaturgo José Luis Alonso de Santos en la Fundación Juan March, "algunos amores, algunas religiones, algunos misterios, algunas obras de arte y hasta algunas enfermedades nos permiten adentrarnos en el oscuro corazón del bosque, en el oscuro territorio en donde todos los mapas son falsos".
Porque de eso se trata, ya que vivimos en una porción de la isla que conocemos dando vueltas y vueltas.
Al público hay que darle los problemas resueltos, hay que no comunicarles toda tu angustia, toda tu ansiedad, todo tu misterio de vivir porque entonces les vuelves locos. Creo que, como todo creador, cuando te sientas a escribir lo quieres contar todo y no es posible y tienes que ir eliminando y para esto lo primero que tienes que hacer es la deconstrucción de yo. Es decir, quitar tu orgullo, quitar tu vanidad, tu ansia de demostrar a los demás lo listo que eres.
Creo que todos los escritores, no sólo los de teatro, escribimos para responder a los problemas, para responder a las crisis, para responder al misterio porque de los lagos en calma no se puede hablar.
Es decir, hablamos del sufrimiento, de las contradicciones a las que nos tenemos que acostumbrar en la vida con un gran desgarro cuando descubrimos que hay cosas que no tienen solución y que tenemos que vivir con ellas.
De esos desgarros y crisis habla la literatura, el teatro.
Creo que el teatro siempre es, si es que merece la pena, o es grito frente al muro o reflexión frente a la existencia o es jardín para el espíritu. Si no es ninguna de estas cosas es entretenimiento para pasar la tarde.
Cuando escribo o grito o reflexiono o me meto yo y los que me acompañen en un jardín de armonía en donde huelen las rosas, un lugar de belleza en donde cantan los ruiseñores.
A veces hay obras que lo tienen todo, grito, reflexión y jardín pero con que tenga una de ellas está bien.
Crear es limitarse. Cuando escribo lo que hago es aislar un problema, y cuanto más me interese a mí, más interesará al público porque si a mí no me interesa, por qué iba a interesar a los demás.
El punto clave de la literatura, y del teatro, es el enorme atractivo que tiene vivir y lo difícil que es. Lo difícil que es el amor, la dignidad, no tener un yo que te aplaste, querer hacer cosas para ayudar a los demás, el sentido del prójimo.
Soñamos cuando notamos la resistencia terrible de la vida que volaríamos mejor sin resistencia pero no volaríamos. Nosotros contamos la feroz lucha de nuestros personajes con la resistencia en las alas y esa lucha es lo que les hace ser personajes. Son por cómo se enfrentan al viento, por cómo vuelan contra el viento, por cómo disfrutan volando contra viento, destrozándose contra el viento.
Empiezan a vivir y notan la tempestad, el fuego que les aplasta. Todo personaje grande se enfrenta a ese muro y si no puede vencerle, canta, grita, hace poesía, ama, responde ante el muro.
Una obra de teatro es un no. Alguien dice no y alguien dice, ¡lo veremos! Y el público se pone a ver el desarrollo del no y a partir de ahí se ha despertado la curiosidad. A partir de ahí, el imaginario humano empieza a inventar caminos.
Toda esa peripecia humana conduce a sentimientos, nos interesa porque surge lo emocional. Y en la emoción es cuando nos sentimos vivos.
Los escritores sabemos que tenemos que buscar las fórmulas mágicas. Hay palabras que son mágicas, palabras que mueven las piedras y encuentran el tesoro, las que llegan al corazón.
Qué queremos los escritores, pues como las de las religiones para los creyentes, que tengan trascendencia, que tengan contacto con algo, con el más allá, con las viejas verdades, con el espíritu. Que sean semillas de las que salgan plantas o flores.
Entonces, los escritores buscamos con nuestras obsesiones, con nuestra convicción y nuestra formación encontrar las palabras mágicas que nos permitan relacionarnos, hablar con sinceridad con los otros y encontrar el camino a ese oscuro corazón del bosque, a lo auténtico.
Y todo eso recordando que el arte tiene su propio ámbito, que es diferente al de la vida normal. Lo que sirve para la vida normal no sirve para el teatro, al margen de que sea realismo o simbolismo. Las cosas representan a otras cosas.
Un beso en el escenario, es el beso que resume todos los besos de la Tierra, la emoción que encarna la de todos los seres humanos que han besado en la Tierra. Que represente todo el amor, o toda la soledad o toda la melancolía. El sentido de la representación en la escena de la mayoría de las cosas encarnadas en el signo escénico.
Ese intento de recepción, ese intento desesperado de acercarnos al prójimo, al espectador. Como un cocinero que ha preparado una inmensa comida no para comérsela él, porque cada vez que un creador dice que lo hace para si mismo, miente.
Hay que decidirse si va uno a una colinita o va uno a las altas cumbres en donde será terrible la escalada. Será duro, solitario, confuso, tarea de toda una vida y generalmente, la única recompensa es que cuando estás arriba, hay que bajar. Ese ansia de perfección tan difícil de explicar que el que lo tiene ya no le deja vivir.
Hay quien está toda la vida cuidando su tierra, y trabaja toda tu su vida con paciencia y rigor para cuidar su pequeña porción de tierra. Lo que sembramos en ese territorio es lo que recogemos. Si no se plantan rosas cómo se van a recoger rosas, toda nuestra vida es plantar y recoger como buenos labradores.
Cuando mis alumnos me dicen qué hago para escribir bien, le diría mete buenas semillas y quita las hierbas salvajes que salen con facilidad. Lo espontáneo, lo natural hay que tener cuidado con ello. Por eso, los seres humanos hemos inventado la cultura porque sospechamos de la naturaleza.
¡Yo no, lo que me sale del alma! ¿Pero qué te va a salir del alma? Qué es eso. Hay cosechas de corto plazo y cosechas de largo plazo. Hay que ir descubriendo en la vida qué sembramos para recoger mañana y qué sembramos para recoger toda la vida.
Leer, eso que parece tan fácil y es tan difícil. Me piden escritores jóvenes que lea su obra y les pregunto si han leído a Shakespeare, ¿no?, lo lees y luego vuelves.
Errores, crisis, la dificultad de vivir, pelear lo de dentro y lo de fuera. Los personajes y las personas nos hacemos en función de nuestro lenguaje, somos lo que hablamos. Hamlet descubre que es Hamlet cuando se oye hablar.
Tus palabras te crean, te construyen, te transforman. Cuando eliges un lenguaje, eliges un traje, son las palabras las que construyen nuestra personalidad no al revés.
¿Por qué hacer algo que los demás no quieren? y responden: es que yo soy de minoría. Sí, pero ¿de cuánta minoría? ¿De tu familia? ¿Para quién hago mi comida?
Entonces, dónde está el límite en el creador de hago lo que yo quiero y voy contra el mundo... ¿qué significa lo que yo quiero? Vamos a pensar en quienes pintan muy bien, escriben muy bien y lo tienen todo en un baúl. El mejor cocinero del mundo que tiene las mejores comidas escondidas en un cuarto. ¿Para qué? Todo eso ¿qué es? No basta hacer el bien, como decía San Agustín, es hacer el bien para los demás. Es tal tontería pensar que alguien lo puede hacer para sí mismo que sólo se puede creer que es patología, ingenuidad o tópico.
Entonces, cómo hacerlo. Esa es la dificultad, cómo llegar a los demás, ser útil para los demás.
El verdadero problema de los creadores, que es al que me enfrento cada día, es cómo domar y canalizar el pensamiento; por que en sí mismo el pensamiento no es nada, "estoy pensando", ¿y quién no? ¿Quién no siente mucho? ¿Quién no tiene sensibilidad?
Lo importante no es tener sensibilidad, es darlo cuando quieres. Esa es la gran tarea humana, el pensamiento es agua desorganizada y con nuestro estudio, nuestro esfuerzo, nuestra búsqueda hay que canalizarlo en un grifo para que sea útil por que si no, no vale para nada.
Para que el artista comunique cosas misteriosas, metamos el pensamiento, el misterio, la creación en pequeños tubos canalizables que vayan a grifos que nos permitan utilizarlos cuando queramos.