jueves, 30 de noviembre de 2023

La invisibilidad y gratuidad del trabajo doméstico y los cuidados es el gran objetivo a derribar - Virginia Baudino, socióloga

 


Virginia Baudino analiza en esta entrevista la revolución social más importante de nuestro tiempo junto a las luchas obreras, la igualdad de mujeres y hombres, el feminismo. Según Baudino hay, al menos, un aspecto universal en la que se encuentra inmersa, la eliminación de la gratuidad del trabajo doméstico y de los cuidados que el sistema explota con la excusa de que se realizan por amor. Este trabajo invisible no se cuantifica en el PIB como sí lo hacen la prostitución o el narcotráfico. 

En este sentido, y al igual que los anteriores autores, Mark Fisher, Byung-Chul HanSlajov Zizek y Didier Eribon; el objetivo del feminismo, la igualdad de mujeres y hombres, contribuye a una crítica profunda del capitalismo, un sistema intrínsecamente desigual.


El feminismo, la igualdad de hombres y mujeres, está en fase de globalización. ¿Algún gobierno de algún país puede negar, al margen de que no implemente políticas al respecto, que esta corriente de pensamiento existe?

Desde hace algunos años, podemos decir que el feminismo se ha instalado en las sociedades y en las agendas de los gobiernos. Sin embargo, esto no quiere decir que indefectible se haya producido una revolución en el ámbito social, político, económico e individual de tal forma que las mujeres se encuentren en una situación de igualdad.

El feminismo es tendencia, podría decirse. Por un lado, es interesante que se haya instalado la reflexión acerca del rol de las mujeres en las sociedades occidentales y sus demandas de igualdad. Por el otro, es un arma de doble filo que el feminismo se haya vuelto parte de la cultura dominante y una moda. 

Porque, como explicaba Mark Fisher, una de las trampas del realismo capitalista es que coopta y normaliza toda forma de disidencia. Al final, la protesta se reformula para así no erradicar el capitalismo sino para, de ser posible, intentar mitigar sus excesos. Pareciera ser en lo que el feminismo universal o institucional se ha convertido.

Si el feminismo ha sido siempre una cultura marginal, un grupo reducido de activistas que, con sus ideas y acciones, obligaban a la sociedad a avanzar en otras direcciones, hoy observamos apesadumbradas cómo ha perdido su fuerza originaria. 

Creo que si queremos que el feminismo resulte aceptable en todas partes, habrá que asegurarse que no incomode a nadie, y así nos ponemos una camiseta que dice "soy feminista" y que, eso no significa odiar a los hombres, que eres femenina y triunfas laboralmente. Te has convertido en alguien más de este perfecto sistema de explotación capitalista.  Ese es el feminismo que ahora está de moda.

Por suerte, no hay un feminismo sino muchos, y aunque un feminismo sea ahora una moda, la auténtica labor feminista de crear una sociedad más justa sigue estando fuera de moda, como siempre lo ha estado. Porque romper con el sistema de valores y las metas de la cultura dominante siempre será dramático y el feminismo actual no nos pide tanto. 

Si lo hiciéramos deberíamos analizar a fondo el sistema con el que estamos colaborando, deberíamos reflexionar sobre nuestra complicidad con el sistema de opresión y sufrimiento, y deberíamos actuar. Las mujeres, como otros grupos sociales, han debido pelear por sus derechos y por los de todos aquellos grupos que han sido marginados y dominados.


El feminismo es la gran revolución que no usó la violencia para cambiarlo todo, junto a qué otros grandes hitos podría compararse.

Yo lo asocio con la magnitud de las luchas de la clase trabajadora del siglo XIX y principios del siglo XX, y sus conquistas sociales y políticas. 

Para mí, si el feminismo se mantiene cerca de sus objetivos originarios como son los de transformar el sistema de desigualdad social, entonces es el grupo que mejor encarna la lucha social y política del siglo XXI. Lamentablemente, y de nuevo vuelvo a Fisher, pareciera que va adaptándose y acomodándose al capitalismo muy rápidamente. Es lo que tiene el pertenecer, que tiene su encanto.

No se puede hacer un repaso exhaustivo de la lucha feminista aquí, pero si podemos marcar algunos de los hitos, o batallas, que se fueron sucediendo, como son la lucha por el voto, por el trabajo, por la contracepción y por la batalla del género. Muchas son las que aún faltan. 


Y ahora en qué momento estamos. 

En el reconocimiento de la explotación de las mujeres a través del trabajo doméstico y de cuidado en el capitalismo. Se dice mucho pero se conoce poco en cuanto a los datos.

El PIB, aquello que se construyó para medir la economía,  no se lleva bien con las mujeres, dice Caroline Criado. Y no lo hace porque el trabajo doméstico no remunerado – cocinar, limpiar, cuidar, criar, amar – está ignorado. Excluir este trabajo de las mujeres distorsiona las cifras.

Nuestro papel como mujeres es no tener salario pero ser felices. Al ser transformado en un atributo natural de las mujeres, no se lo reconoce como trabajo. Y si no te gusta este trabajo, es tu problema, eres culpable y una bruja gruñona. 

Este trabajo no remunerado, es lo que Silvia Federici llama el punto cero. Bajo el nombre de amor se esconde un fraude, el del trabajo doméstico que es naturalizado y sexualizado. 

El trabajo no remunerado de cuidados puede llegar a representar hasta la mitad del PIB de un país y en países de menos recursos hasta el 80% . Los números son apabullantes, incluso si son aproximativos, porque ningún país recopila estos datos de forma sistemática. Medir el trabajo no remunerado de las mujeres no es una prioridad para los gobiernos pero debería empezar a serlo.

Multitud de voces alerta sobre ello como la economista Nancy Folbre cuando denuncia que en prácticamente todos los países, las mujeres realizan una parte desproporcionada de trabajo que está fuera del mercado laboral y no está contabilizado. 



Los países, al menos en la Unión Europea sí han incluido en su PIB el tráfico de drogas y la prostitución como generadores de riqueza. Pero como dices sustraen la contabilización del trabajo de las mujeres o el de los niños y jóvenes en su escolarización.

No hay mujeres que no trabajan. Hay mujeres que no cobran un salario por su trabajo y es la contribución no remunerada de las mujeres al PIB mundial.

Por eso es tan revolucionaria la demanda del salario doméstico, porque reclamar ese salario significa rechazar ese trabajo como expresión de nuestra naturaleza para, a partir de ahí, rechazar el rol que el capital ha destinado a las mujeres. 

Luchamos directamente contra nuestro rol social, no para así entrar dentro del entramado de relaciones capitalistas, sino para destruir el rol que el capitalismo ha asignado a las mujeres.

Decir que queremos un salario por el trabajo doméstico que llevamos a cabo, siguiendo el argumentario de Federici, es exponer el hecho de que este trabajo es dinero para el capital, que ha obtenido de lo que limpiamos, cocinamos, cuidamos y amamos. Lo hemos hecho, no porque fuera algo que quisiéramos, sino porque no teníamos otra opción. El mensaje es claro: tienen que empezar a pagarnos.

Adquirir un segundo trabajo fuera de casa, como nos han hecho creer, no cambia ese rol, sino que aumenta nuestra explotación porque un segundo empleo nunca nos ha liberado del primero. Solo ha significado que tendremos menos tiempo y fuerza para luchar contra ambos.

La lucha por el salario es compleja. Simplemente decir aquí que luchar por el salario se convierte en un ataque directo a los beneficios del capital y a su capacidad de extraer ganancias del trabajo de las mujeres. Por ello, la lucha por el salario es simultáneamente una lucha contra el salario, contra los medios que utiliza y contra la relación capitalista que encarna. Nuestra lucha por el salario supone un ataque contra el capital y sus beneficios a costa de nuestro trabajo.

En Estados Unidos, un minero del carbón cobra unos sesenta mil dólares anuales, una empleada doméstica apenas supera los veinte mil. La pobreza tiene cara de mujer y no sólo es injusto, es una lacra universal. En la pobreza, se es aún más pobre por el hecho de ser mujer. 

La ironía es que además, las mujeres tienen como prioridad de gasto sus hijos y los estados las perjudican claramente, declarando impuestos con sus maridos o parejas. Es un tema con muchas ramificaciones. 


Al ser mujer ¿se está en una posición de mayor vulnerabilidad en el sistema?

No quisiera entrar aquí en definiciones sobre lo que significa el feminismo o qué significa ser feminista, simplemente decir que de lo que se trata es de construir un mundo basado en la justicia y en la igualdad.

Esto puede parecer muy simplista, pero creo que es bastante sencilla la idea: cambiar el mundo tal cual es para construir uno mejor. No es nada fácil. 

Sería demasiado ingenuo de mi parte pedirle a un sistema construido con el propósito de dominar que deje de hacerlo. Sin embargo, quisiera resaltar el hecho de que aunque este sistema permita entrar a las mujeres a ciertos lugares tradicionalmente asignados a los varones, esto no nos hace revolucionarias.  Tener más mujeres en empresas, en el ejército, en los espacios de decisiones políticas, sociales y económicas, no nos asegura el cambio. Lo que quiero decir es que ese no es el cambio. El cambio es otro.

Algunos de los errores en los que cae esta tendencia actual es la de creer que las mujeres no participan en las políticas de dominación como perpetradoras y como víctimas. Dominamos y somos dominadas. Se suele también pensar que si las mujeres ocupan posiciones de poder, no dominarán porque son buenas. Una CEO puede declararse feminista mientras sigue manteniendo la producción de su empresa en fábricas donde mujeres y niños trabajan en condiciones de esclavitud.

A todo esto se le agrega otro problema. Por lo general, se nos ha dado como modelo feminista una mujer de clase media, blanca y con estudios. Sus ambiciones no coinciden necesariamente con las ambiciones y necesidades de otros grupos de mujeres. A pesar de esto, en la historia del feminismo occidental, nos hemos centrado en hacer posibles los sueños de éxito y poder: conseguir igualdad salarial, eliminar las trabas para acceder a la educación superior, retrasar la maternidad. Lo que quiero decir es que hay que escuchar a un rango más amplio de mujeres, porque esto no es necesariamente el deseo de todas las mujeres.

En nuestra sociedad, las personas sobrellevan simultáneamente diferentes formas de discriminación como son la raza, la clase y el género. Por tanto, no hay un feminismo, un único y homogéneo sujeto político, sino muchos feminismos. Por suerte. 




La maternidad, un gran tema para las mujeres, ¿en qué punto se encuentra?

Desde Simone de Beauvoir hasta Yvonne Knibiehler puede recorrerse toda una reflexión durante décadas. Con todas las nuevas configuraciones familiares actuales, las mujeres pueden decidir ahora si quieren o no ser madres. El imperativo de la reproducción está siendo cuestionado desde todos los frentes, podemos decidir ser o no ser madres y una obra que causó gran impacto fue el de socióloga israelí Orna Donath y su libro, Madres arrepentidas. 


Cuál sería, en tu opinión, el tema aún por reflexionar.

Queda mucho por abordar y reflexionar, como por ejemplo, el cuerpo de las mujeres, el campo de batalla de la dominación de lo íntimo; la sexualidad femenina, el trabajo, la institucionalización del feminismo, feminismo y capitalismo, ecofeminismo y cambio climático.


Confundir el conflicto de género con clase social, ¿es uno de los mayores desafíos? ¿el sistema intenta deliberadamente llevar a esta confusión?

Sí, quizás es uno de los desafíos de los diferentes feminismos.  Si perteneces a las clases más favorecidas, tienes los medios para escapar a los peores efectos del patriarcado: el dinero.

Así, accederás a trabajos bien remunerados, estudiarás en las mejores universidades, escaparás a los trabajos domésticos y de cuidado porque podrás pagarle a otras mujeres para que lo hagan por ti. En este sentido, se puede afirmar que buena parte de los mecanismos que controlan a las mujeres pueden esquivarse económicamente.

El sistema capitalista va más allá del patriarcado, se sirve de él para que los poderosos estén en posición de controlar los medios de opresión. Escribe Jessa Crispin que, la misoginia, la homofobia, el racismo y cualquier otro término que se nos ocurra para catalogar el miedo y el odio hacia los pobres es una extensión natural del patriarcado y por ende, del capitalismo.

En este sentido, los trabajos sobre sexo, clase social y racismo de Bell Hooks, alertan de la complejidad del estatus de la mujer y de los sistemas de dominación que determinan hasta qué punto las mujeres serán dominadas o tendrán el poder de dominar a otros. 

Es indispensable comenzar a debatir sobre la forma en que las mujeres más desfavorecidas viven oprimidas por las razones que mujeres en situaciones más favorecidas consideran empoderadoras.

Son especialmente interesantes sus críticas a las teorías y prácticas feministas por ignorar el racismo y el clasismo. Es decir, cómo se facilita que unas sean explotadoras y opresoras de otras mujeres, especialmente por su raza o ser migrantes y son referencia, los trabajos de Audre Lorde, Adrienne Rich y Gloria Anzalúa.

Las acciones de colectivos feministas latinoamericanos como Ni una Menos, en Argentina, o Mujeres Creando en Bolivia, o los trabajos de la activista mapuche Moira Millán, son indispensables para hacer dialogar los feminismos en sus contextos y las acciones que se llevan a cabo en diferentes lugares. Por supuesto, hay muchísimo más.


Necesitamos una selección de autoras y lecturas.   

La filósofa y activista italiana, muy comprometida con las luchas feministas, Silvia Federici, especialmente centrada en las demandas del salario para el trabajo doméstico y en el análisis del impacto de las políticas de ajustes económicos sobre las mujeres.

La filósofa e investigadora francesa Camille Froidevaux Metterie que se adentra en la batalla de lo íntimo, del cuerpo de las mujeres. En este sentido, el libro de Naomi Woolf , El mito de la belleza es un clásico respecto a la dominación que oprime a las mujeres en ámbitos del trabajo, de lo público y de lo privado. El libro de la estadounidense Iris Marion Young, ¿Qué significa hacer algo como una chica? Es sumamente interesante y también Jessa Crispin y su Por qué no soy feminista, en el que hace visibles algunas de las contradicciones del movimiento feminista actual. 

Tengo también que citar a la gran socióloga marroquí Fatema Mernissi, una de las más reconocidas feministas del mundo árabe-musulmán, que trabaja sobre el status de la mujer en el Islam y para finalizar, porque la lista sería demasiado amplia, Yayo Herrero en España, la francesa Mona Cholet y su libro Reinventar el amor o la socióloga franco-israelí Eva Illouz con El fin del amor.


Sigue leyendo la serie de entrevistas a Virginia Baudino, socióloga.


La meritocracia es una trampa - Regreso a Reims, Didier Eribon 

Una sociedad profundamente cansada - Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio.  

Las enfermedades mentales son también una consecuencia de este capitalismo - Realismo Capitalista de Mark Fisher.

Para emanciparse hay que ser intolerante, crítico y aprovechar los momentos de oportunidad - Slajov Zizek. 



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